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…Y por fin la NYFA

Puede parecer que ya se nos había olvidado, pero el detonante de nuestra nueva vida aquí, el curso de Pablo en la New York Film Academy, aún estaba por llegar. En la última entrega del blog, Julia ya adelantaba que las clases habían empezado, y que Pablo iba tan liado que no había tenido tiempo de escribir ni siquiera unas líneas contando sus primeras impresiones. Todos sabemos, o nos podemos imaginar, cómo es Pablo cuando se estresa. Y Julia, que lo conoce mejor que nadie, prometía encargarse personalmente de “animarle” a escribir sus primeras impresiones antes de que se hiciera demasiado tarde como para que sus novedades dejaran de tener interés. “Si no lo haces, te quedarás sin cenar”, me ha dicho. Y efectivamente, lo ha conseguido.

A partir de aquí, el relato volverá a ser narrado en primera persona. Y como no podía ser de otra manera, quien escribe ahora es Pablo.

Tengo 27 años (qué tres palabras para empezar), y en contra de lo que me aseguraban mis mayores, sigo sin poder controlar muchos de los defectos que tenía cuando era pequeño. Uno de ellos es la pereza: detesto levantarme temprano; nunca me he acostumbrado y no creo que vaya a hacerlo jamás. Vale que no es tan grave, pero no puedo evitar sentirme engañado cada vez que recuerdo la frase con la que me consolaba mi madre cuando yo le contaba lo mucho que me había costado levantarme para ir al colegio: “cuando seas mayor, no necesitarás dormir tanto”. Y no sé si es que aún no soy mayor o qué, que de mí mismo puedo dudar, pero sospecho que la edad no es la variable. Mi madre, que sí es mayor (y ojo, que en castellano “ser” no es lo mismo que “estar”), duerme la siesta cada tarde como una auténtica marmota. Y a mí me parece bien, que conste, pero no entiendo cómo, a día de hoy, no ha caído en la cuenta de que esa frase suya no tenía ningún sentido. 

Pero volviendo al tema central, lo que quería yo contaros es que, de la misma manera que no controlo el sueño, tampoco consigo controlar los nervios. Y yo esto sí que lo llevo mal. Porque tener sueño, socialmente está bien visto; pero tener cara de asustado (y de dolor de barriga) con 27 años es algo de lo que avergonzarse. Pero qué le vamos a hacer, yo ya me conozco y he decido aceptarme. Y por ello, tengo perfectamente ensayadas unas sonrisas postizas realmente acartonadas que suelo sacar a relucir cada vez que tengo que enfrentarme a una situación como la del lunes. Son sonrisas de mucho miedo, que se pueden distinguir de las de verdad porque van acompañadas de una mirada inerte, totalmente rígida. Así, si muevo la cabeza, se mueve la mirada, pero si permanezco quieto, la mirada se clava en un punto fijo y de allí no la saca nadie. Por muy interesante que sea lo que me estén contando en ese momento.

Total, que mi sonrisa de mucho miedo y yo nos fuimos el lunes pasado a la presentación del curso que la New York Film Academy organiza cada año.

¿Y de qué tenía miedo yo?, os preguntaréis. Pues de todo. De todo y de nada, a la vez. Porque yo el lunes tenía el peor de los miedos, que es el miedo sin rostro, el miedo a lo desconocido. Miedo a no saber si iba a ser capaz de entender lo que me iban a contar; miedo a no saber si iba a tener clase ese mismo día, o a si iba a tener compañeros superdotados que se iban a dar cuenta enseguida de que yo tenía muy poca experiencia en cine y de que, lo que es peor, llevaba puesta mi sonrisa de miedo; miedo a que me dijeran que al día siguiente debía llevar cinco (o mil) cortos escritos para rodar allí mismo, inmediatamente; miedo a que hubiera represalias; miedo a los titulares de la prensa del día siguiente contando mis represalias…

Pero, sorprendentemente, no fue para tanto.

La primera mañana fuimos a inscribirnos. Y nada más entrar en la escuela, nos indicaron en qué aula teníamos que hacerlo. Hasta ahí todo bien. Pero luego, mientras esperábamos la cola para la típica foto que tienes que hacerte para el carnet de estudiante, nos dieron unas camisetas, una gorra, una sudadera, y otros artículos de merchandising que me hicieron sospechar. “Pero si son muy monos”, me dijo mi hermana. “Ya, pero eso es que quieren que nos relajemos, que no les veamos venir”, dije yo. Y por eso, cuando me tocó el turno para la foto, de tan en tensión que estaba, acabé posando al más puro estilo “soy una calamidad”, y ahora cada vez que tengo que enseñar mi carnet, suelo poner el dedo en la foto para que mi cara de calamidad pase desapercibida…

Justo después, fuimos al Theater. El theater es un cine que tiene la NYFA justo al lado del edificio de las aulas donde nos reunieron a todos los estudiantes que empezábamos ese año. Entre todas las disciplinas (actuación, dirección, producción, documental y periodismo), debíamos de ser unos 250. Y como vi que en el escenario había unas sillas y unos micrófonos, yo ya pensé que había pasado lo peor. “Ahora hablarán ellos”, pensé. Y así empezó siendo. Sin embargo, cuando yo ya estaba relajado, cuando yo ya empezaba a desconectar y a fijarme en las caras de los compañeros que tenía más cerca (miraba si ellos también habían traído puestas sus mejores sonrisas de miedo), me di cuenta, no sin terror, de que los señores de arriba se habían callado y de que estaban pasando el micrófono al patio de butacas. Aunque intenté volver a escuchar rápidamente, sólo llegué a tiempo para entender: “…cada uno de vosotros”. Y entonces el primer chico de la primera fila por la izquierda se levantó. Tomó el micrófono, nos miró a todos, y empezó a presentarse. “Uff”, pensé yo, “¡¡pero si somos un montón!!”. Pero daba igual. Fui contando, uno a uno, los chicos que iban quedando hasta que el micrófono llegó a mis manos. Y, para mi sorpresa, la espera no se me hizo aburrida.

Si esta presentación se hubiera hecho en España, todos y cada uno de nosotros nos habríamos levantado, habríamos dicho nuestro nombre, habríamos señalado de dónde veníamos, habríamos indicado el curso que íbamos a hacer, y nos habríamos sentado de nuevo, agradeciendo que el mal rato hubiera pasado por fin. Sin embargo, en Estados Unidos esto lo consideran aburrido. Y lo consideran aburrido porque lo es, cierto, pero, digo yo: ¿qué necesidad hay de hacer entretenida una presentación de 250 estudiantes? Pues se ve que toda.

A medida que avanzaban las presentaciones, el ambiente se fue relajando, y al llegar la quinta persona, todo se desmadró. La chica en cuestión, una negra con salero y desparpajo (de hecho, suele ir unido; aún no he visto una sola negra tímida), hablando con un ritmo realmente característico que más bien parecía rap, dijo que venía de un pueblo de New Jersey donde nunca había pasado nada y que venía a estudiar interpretación. Y entonces, a lo largo de todo el patio de butacas, empezaron a escucharse gritos de “alleluyah”, de “sister”, y de “alright”. Me giré, y vi que varias personas se habían levantado y aplaudían lo que había dicho la chica. ¿Venían también de New Jersey? ¿Eran sus hermanos? ¿Realmente se pasa tan mal allí? ¿Era normal aplaudir? En cualquier caso, el discurso de aquella chica catalizó los que estaban por venir, y a partir de ese momento, casi todas las presentaciones acabaron pareciéndose a las típicas apariciones que hacen los famosos cuando hacen de estrellas invitadas en los capítulos especiales de cualquier sit-com. Y digo “casi-todas-las-presentaciones” porque los que veníamos de Europa seguimos en nuestra línea. Durante la siguiente hora hubo de todo: gente que cantó, gente que dio sus teléfonos por si alguien quería contratarlos; estudiantes que dieron las gracias a los profesores al más puro estilo “estoy-en-mi-momento-Oscar” porque “el sueño de su vida estaba a punto de cumplirse”; otros simplemente decían que ese día cumplían años; hubo unas chicas gemelas que improvisaron un monólogo sobre quién era la mayor y la menor y cómo eso había marcado sus vidas; e incluso había un par de madres que habían venido para “verificar que la matrícula que habían pagado a sus hijos realmente iba a ser amortizada” (cosa que provocó aplausos y carcajadas entre todo el comité de la NYFA).

En cualquier caso, aquella tarde volví a casa la mar de contento. Lo de pasarnos el micrófono a los estudiantes, verdaderamente había funcionado. Y aunque reconozco que se me hizo un poco pesado al final, también debo admitir que quedé impresionado con la soltura con la que esta gente habla en público. Porque no sólo demuestran dominar los aspectos más externos (el control de su tono de voz, de la mirada, etc.), sino que también tienen muy claro que su mensaje debe ser entretenido.

Al día siguiente, las clases empezaron de verdad. Noté que la rutina empezaba a aplacar mis nervios, y a mitad de la primera clase ya me había olvidado de que tenía una foto horrorosa en el carnet de estudiante. En términos generales, todas las asignaturas que tenemos (cámara, iluminación, dirección, guión, casting, etc.) van enfocadas a los ejercicios de cada semana, los cortos. Nos juntamos en grupos de 4, y cada fin de semana rodamos 4 cortos en los que cada uno desempeña un cargo distinto. Pensad que los primeros ejercicios no son muy profesionales. Sí que rodamos en cine (16 mm), pero como lo hacemos todo entre nosotros, no creo que los resultados sean muy profesionales. Aún así, es la única manera. Cuanto antes empecemos, mejor. Y eso en la NYFA lo tienen clarísimo. Por eso, nuestra primera clase fue precisamente aprender a manejar una cámara de súper 16 mm. Al día siguiente ya estábamos aprendiendo a cargar la película, y justo un día después, ya manejaba el fotómetro y ajustaba los objetivos de la cámara.

El próximo sábado ruedo mi primer ejercicio: un corto en B/N, mudo, que no supere el minuto, y todo ello teniendo en cuenta que tengo que explicar una historia. Estoy muy excitado con la situación, y espero poder salir airoso. Pero parece que todo va encaminándose. En este sentido, tener a Julia conmigo es todo un alivio. Pobrecita mía, la tengo totalmente acosada con dudas y preguntas.

8 comentarios:

  1. ¡Mucha suerte con el rodaje!

    F

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  2. ...me puedo imaginar, conciéndote, el nivel de preguntas y dudas existenciales con las que se tiene que enfrentar Julia cada día ;) Aunque, ¡qué dudas ni que porras!Si seguro que lo harás de maravilla y, si no lo haces,¿qué más da? Ahora puedes jugártelo todo, ¡que estás ahí para aprender! Aprovecha la oportunidad para dar todos los palos de ciego qe puedas!
    un besazo y muchos ánimos!

    Marta

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  3. Pablo, mientras se hace la paella _tipiquismo valenciano_ te escribo, me he reido mucho con tu post, y eso de los miedos no superados con lo que yo, al menos, me siento super identificada...aunque te digo que hubiese seguido acojonada con eso de la presentación personal, ¿cómo te fue?...es que estos americanos son muy entertaiment, yo reconozco que puede funcionar, aunque a mi a veces me parece un poco impostado y me cansa...será el pertenecer a la vieja europa???
    Bueno , muchos besitos a los dos y ánimo con el blog y NY NY...muack!

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  4. tengo curiosidad por saber cuál fue tu presentación... yo como tú me hubiera muerto de miedo (y vergüenza a la vez). entonces, primera prueba superada? :)

    roser

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  5. lo de las presentaciones es como un casting de fama! a bailar! tu prensentación no empezaría...''nací en Córdoba, me fui a Sevilla a estudiar industriales y dejé la carrera en tercero el día de antes del examen de resistencia de materiales...etcetc..''¿o si?

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  6. pablo

    mas una vez me gusto mucho el post pero lo que quiero realmente saber es como termino la historia del apendicite

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  7. no te puedes imaginar lo reflejada que me he sentido en el parrafo de "la sonrisa de miedo". senti lo mismo estando en montpellier: horror absoluto. por suerte, despues se pasa.

    a mi tambien me intriga saber como fue tu presentacion! seguro que te acabaste por relajar y diste algun dato mas q nombre, ciudad/pais y estudios.

    un beso enoooorme a los dos (os echamos MUCHO de menos. suerte del blog! la verdad es que me hace reir) ;)

    Bárbara

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