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Haití

No sabemos si en España está habiendo tanta presión como aquí, donde es prácticamente imposible no haber hecho una donación y dormir tranquilo: vas al súper, y te preguntan si quieres contribuir; ves los Globos de Oro y Meryl Streep te recuerda que ha habido un terremoto y miles de muertos; vas a clase de francés y te dan un número de cuenta; pones la tele y George Clooney organiza una telemaratón para recolectar dinero; abres Hotmail y tienes un mail de casi todas las listas de distribución a las que estás suscrito.
Sandra Bullock ha donado un millón de dólares. Cuando se lo señalaron, se encogió de hombros y dijo "I can".
Julia ha donado una modestísima cantidad al haitiano con el que nos puso en contacto la Alliance Française. La escuela lo conoce de primera mano y saben que está organizando ayuda humanitaria en una de las ciudades afectadas. Lo importante no es la cantidad sino dar ahora y a una fuente lo más directa posible.
La verdad es que este país tiene muchos defechos pero, en este tipo de iniciativas, se vuelcan de forma espectacular. Para ellos, donar es una cuestión de orgullo nacional.
Esperamos que podáis hacer llegar vuestro granito de arena.

Feliz 2010

Las Navidades han sido un visto y no visto. Aquí no se celebran los Reyes Magos, por lo que las vacaciones de Navidad terminan el día uno de enero, año nuevo, vida nieva. Sí, nieva. En vez de llover, desde mediados de diciembre, nieva. Menos nueve grados no son nada si uno se ha pertrechado con los bienes necesarios, léase:

- gorro de lana (forrado-pordios, que, si no, pica) y/u lindas orejeras

- bufanda o similar para poner la cara al abrigo del viento cruel

- camisetas interiores térmicas

- leopardos térmicos también

- calcetines de lana (fundamental lección)

- calzado impermeable y calentito

- y abrigo ajeno al agua y a las malévolas corrientes de aire

Ayudan jerséis de lana (ideales, si son tejidos por la Abuela) y otras capas menores; el concepto “capas” es otra clave. Otro “must”: deshacerse de los vaqueros, tejanos o como guste uno llamarlos; no son sino viles transmisores del frío cuando éste llega. Así que, sí, amigos: bendita la pana fea.

Pablo y Julia salieron raudos y veloces en plena tormenta de nieve a hacer acopio de tan preciados bienes, por lo que no temáis cuando Piqueras os alarme sobre el frío neoyorkino; estamos al abrigo del invierno.

Gloria y Hugo vinieron a visitarnos cargados de buenos vinos y de ropa de abrigo. Mas ¡Ay, qué lástima; Iberia perdió sus maletas! En España sopla un poco de viento y en Barajas cunde el caos. Las recuperaron al cabo de varios días, lo que supuso los trastornos que podéis suponer. Sin embargo, se comportaron los dos como auténticos campeones viajeros. Especialmente, Gloria, que no dejó que el frío amilanara sus ansias de pasear con estilo por las calles de Manhattan.

Fuimos a ver “Electra”, ópera de Richard Strauss. Cuando llegó Hugo, terminaron tan mundanas ocupaciones y pasamos a otras más elevadas, tales como ir a musicales de Broadway (el clásico –y decepcionante- “Hair” y el grandísimo “Fela”), cenar en Nobu (Gloria, ya entrado el segundo plato: “¡Ahhhh, esto es un japonés!”), comer en el Modern y otras exquisiteces.

En Nochebuena, Gloria cocinó un espectacular roast-beef que compramos en Whole Foods, nuestro supermercado de confianza. Abrimos regalos y nos conectamos por Skype con Córdoba y, más tarde, brevemente y con poca fortuna comunicativa, con el Principal de Barcelona, donde los Fontana estaban celebrando la noche (buena). A Julia, Papá Noel le ha traído un Nook, el e-book de Barnes & Noble (la tienda de libros más famosa de EE.UU., quizá la única). A Pablo, pertrechos para hacer cócteles caseros, que buena falta nos hacían.

El día de Navidad, patinamos como cuatro campeones al aire libre en Central Park y asistimos en la pista de hielo a un espectáculo genuinamente americano: de pronto, para la música y por megafonía nos piden respetuoso silencio; todos detenemos nuestros gráciles movimientos; y en eso que, en el centro de la pista, un chico se arrodilla frente a su chica y saca de su bolsillo un refulgente anillo; Julia que corre chillando cual americana enloquecida hacia el centro de la pista para aplaudir al valiente muchacho; Gloria y Hugo que la miran anonadados como si su propia hija/hermana formara parte del esperpéntico espectáculo; la siguen, y así fue cómo Hugo se atrevió a separarse de la barandilla y empezar a patinar de veras. Después de tan sonada hazaña, comimos en un italiano delicioso.

El resto de días transcurrieron entre paseos por la ciudad (incluida la obligada visita a Brooklyn Heights), alguna que otra compra y, sobre todo, comidas copiosas. En Nochevieja, Gloria se embarcó para las lejanas tierras españolas y Hugo, Julia y Pablo cocinaron steak tartare y una ensalada tibia muy rica. Cenamos en casa, vimos el espectáculo de Times Square por la tele y calentitos, comimos las uvas (Pablo, no, que se atraganta), constatamos que las campanadas españolas duran más de un segundo cada una, ingerimos unas home-made margaritas y salimos a ver el ambiente. En la calle, a la una de la madrugada, ya reinaba un ambiente de lo más festivo y de lo más alcohólico. Al cruzarnos con la gente, todos chillábamos “Happy New Year!”: ellos, borrachos; nosotros, haciéndolo ver. En NoLiTa (barrio al norte de Little Italy), intentamos entrar en una coctelería muy “in” pero ¡ay! Pablo se había dejado su DNI en casa y, en estas puritanas tierras, sin identificación, no hay entrada que valga, por mucho que un aparente veintilargos, así que seguimos deambulando por las calles de SoHo. Entramos en un bar en el que nos sirvieron cócteles de sake y, al salir, volvimos a intentar la entrada en la coctelería. Esta vez, Hugo le dejó un carnet a Pablo y, no sin falta de picardía, conseguimos entrar los tres. Allí estuvimos bailando Lady Gaga, Bamboleiro y otras horteradas a ritmo de gintonic hasta que nos echaron (porque el local cerraba, no os vayáis a pensar que la liamos parda). A las cinco estábamos en la cama.

Hugo se fue el día 3, en vísperas del cumple de Julia. Nos despidió con una cena en un japonés en el que probamos el mejor sushi que hemos comido en la vida. Al llegar a casa, Julia descubrió que había perdido su cartera. Pasó la noche medio en vela, soñando que la recuperaba y que la volvía a perder. Al día siguiente, partió rauda para el teatro de Broadway en el que habíamos estado la noche anterior y ahí que la recuperó.

Hugo marchó y Julia y Pablo volvieron a su rutina. A saber: Pablo cerró la preproducción de su corto y Julia empezó a hacer maletas para el viaje a Madriz para su segunda entrevista con el comité de la Fulbright. Más noticias en próximos episodios.