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Semana 5 - instalados

El martes emprendimos el ansiado viaje: Tracy, la atentísima madre Hausman, nos trajo en su coche hasta el piso. Con su viejo Volvo (hecho volvo) cargado de maletas y cajas hasta arriba, Tracy se pone al volante y mientras enciende el motor mira hacia el cielo: “It’s a beautiful day” – realmente, hacía un día precioso. Y entonces: “Except that you can never fully enjoy a day like this because it always reminds you of September 11th. It was exactly the same weather, the same sky” (Aunque nunca puedes disfrutar del todo de un día así, porque te recuerda al 11S. Hacía exactamente el mismo tiempo, había el mismo cielo). Mira por la ventanilla una vez más y añade: “Maybe bluer” (Quizás más azul). Incapaces de pasar aquel comentario por alto (aunque su intención parecía ser dejar el tema ahí), hicimos el paseo hasta el East Village preguntándole a Tracy cómo habían vivido ese día, e intentando digerir hasta qué punto la percepción de aquel atentado fue distinta para los neoyorkinos. Para el resto del mundo, fue una sorpresa terrorífica que marcó un día histórico. Para ellos, fue un infierno que empezó aquella mañana y cuya estela aún permanece. Parecen vivirlo con naturalidad y espanto a partes iguales; siguen temiendo que se repita, pero tienen que vivir como si no fuera a suceder nunca más. Tracy nos contó que, poco después del atentado, hicieron un picnic familiar en Central Park con unos amigos. Michael, su marido, dijo que ahora tendrían que cambiar de ciudad porque Nueva York estaba amenazada. Al cabo de seis meses, esos amigos se habían mudado a Florida con sus hijos, y se mostraron sorprendidos y hasta tal vez se sientieran ofendidos de que los Hausman no hubieran hecho amago siquiera de dejar su casa en el Upper East Side. Al cabo de unos meses, esa familia volvió a Manhattan, seguramente pensando que sus hijos iban a criarse en una ciudad peligrosa, pero la mejor ciudad del mundo al fin y al cabo. Tracy nos explicó también que el último gran apagón de Manhattan la pilló en un autobús, y que vio a hombres hechos y derechos llorar de miedo, temiendo que fuera el principio de otro ataque terrorista. Mientras lo decía, aparcó el coche: habíamos llegado a nuestro destino. Aunque hizo amago de ayudarnos a subir cajas y maletas, se lo prohibimos terminantemente. Le enseñamos el loft, eso sí. Y, evidentemente, les convocaremos a ella y a Michael a una cenita en cuanto podamos.

Seis días después de ese viaje agridulce, el piso ya está casi montado. Esta frase es más paradójica de lo que podría parecer puesto que, si recordáis las fotos, en realidad nos hemos mudado a un loft que ya estaba amueblado y que tenía todo lo necesario para vivir, incluyendo sábanas, toallas, menaje de cocina, cubiertos y televisión. Sin embargo, como ya hemos dicho en otras ocasiones, “necesario” es un concepto relativo. Como dice nuestra amiga Cot, el piso estaba amueblado, pero “aún cabían cosas”. Así que después de:

- Dos visitas a IKEA (y no descartamos hacer otra cuando nuestras cuentas vuelvan a estar saneadas)

- Deslomarnos subiendo paquetes (vivimos en un cuarto que en realidad es un quinto sin ascensor, y los de IKEA te suben los muebles hasta un tercero, pero a partir de ahí te cobran quince dólares más por piso adicional, pero menudos somos nosotros para cargar peso)

- Limpiar la casa de arriba abajo

- Bajar a la lavandería todas las sábanas, almohadas, alfombras y toallas hasta terminar con el último rastro del olor del inquilino anterior

- Deshacernos (es decir, poner en los hermosos altillos que tiene el loft) de todos los objetos feos que su dueño tenía por aquí

- Montar un armario, tres pequeñas cómodas, un silloncito con su puff, algunas estanterías y varias lámparas

- Lijar y encerar una tabla de madera para convertirla en mesa de comedor / barra de cocina y trabajo

- Comprar, vía Craigslist, dos taburetes a precio de ganga a una pareja que ya no tenía espacio para ellos (no es de extrañar, pues viven en un zulillo en el Upper East)

- Ordenar nuestra ropa

- Aclararnos con la caja de la tele por cable y el Internete

- Avituallar la cocina (cafetera italiana, sartenes grandes, un nuevo juego de tuppers)

- Hacernos con víveres y empezar a congelar salsa de tomate casera y preparados de carne picada

- Repartir cojines,  centros de mesa, velas y jarrones con flores

- Y darle un toque a nuestra terracita (o, mejor dicho, el rellano de la escalera de incendios o salida de emergencia)

Ahora, por fin, podemos decir que tenemos un hogar.  

Por lo que se refiere a lo que os interesa a vosotros, hay un amplio sofá en el que puede dormir una persona, o dos muy bien avenidas. Parece bastante cómodo. También hay espacio para poner una colchoneta o cama hinchable en caso de necesidad. La convivencia debería ser llevable en tanto en cuanto nosotros dormimos en un altillo desde el cual no podemos espiar el piso de abajo. Hay un solo baño y la presión de la ducha no es gran cosa, pero el agua sale limpia y caliente y para qué queréis más, que tampoco se trata de que os quedéis a vivir. En la mesa de comedor / barra de cocina pueden comer al menos tantos como los que pueden dormir y, aunque de momento sólo tenemos dos taburetes, prometemos hacernos con alguno que otro más para que podamos desayunar tortitas todos sentados, que las tortitas ingeridas de pie no sientan del todo bien. En el baño caben vuestros enseres de aseo pero, aunque haremos sitio para que podáis colgar algún que otro modelete, lo mejor es que vengáis con pocas expectativas en lo que a armarios se refiere. En resumen, necesitaréis traer buen humor y una toalla de ducha, porque de momento no tenemos juego extra. Para terminar, os pedimos que aviséis con tiempo de vuestra visita y que, una vez aquí, alabéis nuestro buen gusto en el amueblamiento y decoración del loft. Si seguís estas directrices, tenéis alojamiento en el East Village a vuestra disposición. Podéis ver más fotos que dan fe de nuestra trabajera en el álbum que hemos creado en Facebook a tal efecto.

El mantenimiento del edificio es impecable; las escaleras están renovadas y acaban de ser pintadas, y cada mes viene un exterminador para deshacerse de ratas, cucarachas y otros habitantes que no pagan alquiler.

Nuestra vecina es montadora de documentales, y uno de sus trabajos ganó el Oscar al mejor corto documental este año pasado. Ahí es nada. 

El viernes fuimos a ver el musical “The Lion King”, regalo de boda de Cot y Jordi. Es maravilloso. Pablo tuvo un nudo en la garganta durante toda la representación. Julia, que siempre ha sido más moderada en sus arranques emocionales, sólo durante el primer cuarto de hora. Pero eso ya os da una idea de lo impresionante que es el espectáculo (que nosotros somos muy de arrugar la nariz ante cualquier cosa). Se trata de una adaptación muy literal de la peli de Disney, con música de Elton John y Tim Rice y, sobre todo, con un vestuario que es una obra de arquitectura: los actores se convierten en los animales de la selva de la forma más insospechada. No os imaginéis una señora metida en un disfraz de guepardo, sino a una actriz que se convierte, por gracia de un traje de construcción inexplicable, en un guepardo a (casi) todos los efectos. A menudo, el patio de butacas se ve invadido por elefantes, cebras y antílopes. Algunos actores entonan cantos que, si no son en Swahili, lo parecen y, por momentos, te ves literalmente transportado a la sabana.

Salimos en una nube, y estuvimos paseando por Broadway viendo los carteles de otros espectáculos a los que nos gustaría asistir: entre otros, un Hamlet protagonizado por Jude Law. Como decía uno de nuestros profes más queridos, “Shakespeare lo aguanta todo”. Se refería a adaptaciones peregrinas, y suponemos que no será el caso de este montaje, pero siempre es bueno saber que un libreto de Shakespeare te protege de cualquier despropósito.

El sábado quisimos ir a la azotea del Metropolitan a ver atardecer con unos compañeros de beca, pero se nos echó el ocaso encima. Para cuando llegamos, el acceso estaba cerrado porque había anochecido, y no dejan subir a nadie después de la puesta de sol. Que decimos nosotros que cada uno debería poder ver las vistas que quiera, pero no señor: el “Met rooftop” tiene unas instrucciones de uso muy precisas, así que otro día será.

El jueves nos llegó la invitación de Luis Ferrer y Lucía para ir a cenar al River Café. Una ilusión loca. Tenemos que reservar porque queremos ir antes de que llegue el frío. Por cierto que hablando de frío, Gloria-no-hay-más-que-una, a ver si nos mandas cuando puedas la caja de jerseys que te dejamos en herencia cuando nos llevaste al aeropuerto, porque tememos que el Otoño nos pille con nuestros jerseys cruzando el Atlántico o, lo que es peor, tomando el sol en Ampurias.

Y es que las temperaturas están empezando a bajar por estas latitudes. Como pasa cada año, los días se nos han hecho cortos de repente; a las siete ya es prácticamente de noche. Las rebajas se acaban y aún no hemos tenido tiempo de comprar manoletinas extravagantes ni pantalones de colores llamativos. Nos hemos habituado a desayunar fuerte, comer ligero y cenar pronto. Ahora lo que tendremos que hacer es comprar una báscula, porque con un apartamento tan pequeño no podemos permitirnos ganar mucho peso.

Por lo demás, Obama entretiene el encendidísimo debate sobre la sanidad pública arengando a los estudiantes a aprovechar el curso entrante (“You are deciding the future of this Nation”), y resulta un dios o un terrorista dependiendo de qué cadena sintonices. Por su parte, Oliver Stone (al que Mr. Pressman está produciéndole su próxima película) ha hecho unas declaraciones de rojete-Comunista-malenterado en contra de Juancar (por lo de que hiciera callar a Chávez) y, como Pablo es monárquico desde que el Rey le entregara la beca, se está planteando llamar al jefe de Julia para decir que a ver si su director se calla un ratito. Y así están nuestros asuntos de actualidad política y diplomacia internacional (hemos pensado que querríais saberlo).

Julia ya ha vuelto a la rutina de las prácticas, y Pablo empieza las clases el lunes que viene. Con lo bien que lo pasamos en casita entre cena rica y sesión de zafiolaje al son de la televisión por cable.  

1 comentario:

  1. Pablo y Juli! Genial vuestro blog...Rodri y yo somos fans así que os animamos a que sigais con ello...leí hace tiempo la entrada, pero recuerdo las frases de la señora Hausman sobre el cielo todavía mas azull¡...joder! de guión la mujer...qué impactante...muy bonito vuestro loft y las vistas-brick..además vaya caché de vecina que tenéis...en fin que lo disfruteis mucho...Besitos con sol y mar desde Valencia!!!

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