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Semana 4 (primera entrega) – Un atisbo de la rutina que nos espera

Esta semana ha sido algo extraña, porque en medio de nuestras vacaciones neoyorkinas (de las que disfrutamos desde que firmamos el contrato del loft y dejamos de consultar Craigslist compulsivamente y de correr de extremo a extremo de Manhattan viendo cuchitriles), hemos vislumbrado lo que será una parte de la rutina que nos espera estos próximos meses.

Por un lado, Julia ha empezado sus prácticas. El plan era que no empezara hasta el 7 de septiembre, cuando ya estuviéramos instalados, pero la productora le pidió si podía ir algún que otro día de agosto y ella accedió diligente y sin chistar, no-faltaba-más. El día antes, nervios y excitación. Un no dormir… Además, a Pablo se le metió entre ceja y ceja que tenía principio de apendicitis, con lo cual relejarse resultaba aún más complicado. Como era de esperar, a la mañana siguiente, la apendicitis aguda había desaparecido. No obstante, este primer aviso nos dejó una moraleja: tenemos que buscar cuanto antes adónde hay que ir el día en que pase algo (algo de verdad, queremos decir).
Volviendo a las prácticas de Juli, su oficina está en Tribeca, en un maravilloso loft decorado con gusto exquisito y compartido con una productora de publicidad. Las prácticas son básicamente unas prácticas de desarrollo, es decir, que consisten en leer guiones y en proporcionar informes, ya sea en forma de sugerencias de reescritura (cuando se trata de un proyecto que la productora tiene intención de sacar adelante y que todavía puede mejorar), o de filtro de proyectos (es decir, leer guiones que llegan y decir si hay que pasar de ellos, o bien sugerir que los lea tu jefe, o bien decir que el guión es la monda y hay que producirlo). Así que, en ese aspecto, no podía haber tenido mejor suerte. Aparte de esto, hay tareas de becaria pura y dura, a saber:
-Cada mañana, al llegar, hay que mirarse la prensa especializada a la que estamos suscritos (Variety, Hollywood Reporter y Screen Daily, revistas del sector) y hacer un resumen de prensa con las noticias más interesantes: “Susan Sarandon firma para Wall Street 2” (esto ya lo sabemos porque la peli es nuestra); “Dreamworks compra la última novela de Michael Crichton para que la dirija Spielberg”; “Fox, Universal y Paramount se asocian para ofrecer descargas en DVD”). Es un ejercicio que te pone en el mapa de inmediato: “Niña, que aquí llama Susan Sarandon cualquier día, y tú con estos pelos”.
-Porque ésa es la otra: coger el teléfono también forma parte de las tareas de la becaria. La mayor parte de llamadas llegan a los teléfonos directos, por lo que el teléfono apenas suena pero, cuando suena, hay que poner los seis sentidos (esos cinco que están inmersos en el guión que estás leyendo y ese quinto que está diciendo: “Madremía-madremía-madremía que yo no sé si voy a saber hacerlo”). Porque una maneja el inglés con comodidad, pero el teléfono son palabras mayores. Por ejemplo, qué hacer cuando al otro lado de la línea una profunda voz de hombre te asegura que se llama Christine. ¿Habrá dicho Christian? ¿Puede repetirme su nombre, por favor? Christine. ¿Pues no ha vuelto a decir Christine el tío? A ver, pues dígame su apellido. Speedman. Ajá, Speedman. Pues ya con eso vas y le dices a tu jefa que pregunta por ella “Christin SPEEDMAN”, haciendo hincapié en el apellido y pasando muy de puntillas por el nombre, dejando caer las vocales al final de la palabra así como si hablaras con desidia y entonces tu jefa te dice “Thanks, put HER through”. Y ahí se aclaran tus existenciales dudas: pues sí, era una mujer.
-Ocasionalmente, hay que hacer algún que otro recado. El primer día, sin ir más lejos, a Julia le fue asignada la tarea de llevarle a Mr. Pressman (el jefe que nunca viene por la oficina) unos papeles que tenía que firmar. En la 90 con la Quinta, al lado de Central Park. Un impresionante edificio y portería de lujo. Julia entra y el portero anuncia su llegada a través del teléfono interno. Sí, puede subir. Es el piso 14. De catorce. O sea, lo que vendría siendo un penthouse, o ático en castellano. Abre la puerta el señor Pressman en calcetines. Sí, es exactamente igual al de las fotos que Julia ha visto en Internet. Su despacho tiene unas impresionantes vistas sobre el lago de Central Park a las que Pressman no presta atención alguna. Pregunta si Julia lleva mucho tiempo trabajando en la productora (se refiere a si lleva mucho tiempo trabajando para él, pero es educado y no lo dice así) y ella contesta que no, que es su primer día. Añade que le han dicho que él no va mucho por la oficina, a lo que Pressman responde que no ha estado nunca. A eso se le llama ser jefe: a no ir nunca por tu oficina. A la que sí va más es a la de Los Angeles (“¿Ah, tenemos oficina en LA?” Julia toma nota mental), adonde viaja una vez al mes. Julia le dice que su oficina de Tribeca es muy bonita. Será porque el comentario despertó su curiosidad, será casualidad, pero el viernes Mr. Pressman se plantó en la oficina. Sus empleadas (las jefas de Julia) no daban crédito y corrían alborotadas de un lado a otro preparando la llegada del gran jefe. Así que sí, era verdad que no había estado nunca.
-En cuanto a las lecturas de guión, lo normal es empezar haciendo de filtro de guiones no solicitados pero, como saben que Julia tiene experiencia como lectora y demás, de momento le han pasado uno de los guiones que van a producir, es decir, que no tiene que decir "este guión no da ni para papel de reciclar", sino proporcionar notas de reescritura. Los guionistas son dos celebridades trufadas de Oscars y la cosa da respeto, para qué nos vamos a engañar. Todo lo que Julia lee y ve en Pressman Film está sujeto a la más estricta confidencialidad y, como aún está muerta de miedo de que este sueño se acabe , no quiere abrir el pico. Pero podéis consultar la página güeb de la productora y allí, al final de los proyectos en desarrollo, veréis el que acaba de analizar y quién va a protagonizarlo. Entregó el informe el viernes y el lunes le dirán qué tal. A ver qué pasa. De momento, irá a las prácticas mañana y luego hasta la semana que viene ya nada porque ha pactado la primera semana de septiembre libre para instalarse. Os iremos informando de cómo evoluciona.

Por otro lado, a modo de "atisbo de rutina", también estuvimos en la escuela donde va a estudiar Pablo, la New York Film Academy -para nosotros, NYFA, pronunciado “nifa” (así, sin glamour alguno). En realidad, esto fue la semana pasada, pero no os lo habíamos contado y, "temáticamente" o "a nivel temático" (escoged la expresión que menos os guste), encaja bien en esta entrada.
El objetivo de la visita era que Pablo se presentara y tuviera un contacto preliminar. Fue muy graciosa su entrada allí, porque no había estado nunca, y la verdad es que el sitio no es precisamente lo que él esperaba: imaginaros un edificio antiguo (de cuando NY estaba recién adoquinada), más bien decadente, lleno de gente yendo y viniendo en una coreografía sin orden aparente, cables y claquetas por el suelo, mucho mac y mucha vestimenta negra. Y un fuerte olor a algo extraño. A Pablo le pareció que no iba a encajar entre tanto hippie (“Esto parece la academia de Fama. Sólo nos faltan un par de calentadores a cada uno.") y, muerto de miedo, pronunció esa pregunta que surge de vez en cuando: “Porque yo, Julia ¿por qué estaba empeñado en venir aquí?” Fue entonces cuando nos asaltó una intuición: ese olor extraño… Caímos: era el olor del celuloide. Claro, es lo que tiene haber estudiado en una de las mejores facultades de Comunicación Audiovisual de España: que el cine ni lo hemos olido. La NYFA parece todo lo contrario de la Pompeu: no hay un despliegue de medios que impresione al futuro estudiante, ni un look higiénico que tranquilice a sus padres; en cambio, todos los que corren por aquellos pasillos llevan una buena cámara en las manos y parecen tener claro que lo que se espera de ellos es que espabilen por su cuenta.
Vimos anunciada una conferencia que daban al día siguiente. Se titulaba “Failure is not an option” (algo así como “fracasar no entra en nuestros planes”) y pensamos que podía ser un buen punto de contacto para oír a gente interesante. Vinieron algunos productores de cine independiente que hablaron de cómo habían enfocado sus carreras profesionales y de cómo concebían el éxito y el fracaso. Oímos alguna que otra historia fascinante y Julia aprovechó para presentarse a un productor especializado en armar coproducciones con Europa; la ocasión la pintan calva. Calva y gorda, porque el hombre estaba entrado en carnes.

Semana 3 - casinstalados

El piso

El domingo, tras llegar del aeropuerto, nos conectamos a Craigslist (la web de anuncios por Internet que usamos –entre otras cosas- para buscar piso). Son las dos de la madrugada y estamos cansados, pero el esfuerzo tiene su recompensa, porque encontramos un loft que tiene una pinta maravillosa. Ipso facto, enviamos mail a la dirección de contacto que proporciona el anuncio.

Al día siguiente, nos despierta el timbre del móvil. Julia tantea en la oscuridad mientras balbucea una especie de mantra: “¡El loft del East Village, Pablo, pásame el móvil, dónde está el móvil, el loft, Pablo, el loft, el móvil, pásame el loft, es el móvil!” Consigue atender el teléfono a duras penas. Interlocutor amable al otro lado de la línea, un tal Richard que da la casualidad de que habla español. Pero la conversación se mantiene en inglés porque su español dará para ligar con alguna ibicenca, pero poco más. Richard es amigo del dueño, Dan, que vive en Barcelona y estaría encantado de alquilar el loft a una pareja de la susodicha ciudad.

Total, esa misma tarde (lunes) vemos el loft y nos enamoramos. Podéis verlo en este link, aunque cabe señalar que el apartamento no es tan grande como parece en estas fotos, que están tomadas con picardía:

http://www.flickr.com/photos/monkey101/sets/72157600327554686/

Tiene hasta lavavajillas, que aquí es cosa rarísima. El precio está ligeramente por encima de lo que teníamos presupuestado, pero incluye todos los servicios: además de la calefacción y el agua –que aquí es lo habitual-, también Internet de alta velocidad, electricidad (y, por tanto, aire acondicionado) y televisión por cable. Aun así, arrugamos la nariz, decimos que es caro para lo que andábamos buscando y dejamos caer que necesitaremos (necesitar es un concepto relativo, y más en la capital del capitalismo) la suscripción “premium” a la televisión por cable (para poder ver los canales de pago que programan las series a las que somos adictos). Richard accede a hacer todas las gestiones con Time Warner y a incluir la cuota en el alquiler sin subir el precio. Pablo y Julia se miran de hito en hito: ¿decimos que sí? Pablo mira a Julia desconcertado. Su mirada quiere decir: ¿Pero no me habías dicho que disimuláramos si nos gustaba mucho? Julia contesta también por gestos: Ya, pero no pensé que nos gustara tanto. Porque nos gusta tanto como para no dejarlo escapar, ¿verdad? Sí, parece que sí.

Nos damos un apretón de manos con Richard mirándole a los ojos. Y eso es lo que tenemos como garantía, así que "sólo" la maldad humana nos separa de un hogar en la Gran Manzana.

No sin miedo de que todo vaya a transformarse en un horripilendo timo, el martes vamos a IKEA mientras esperamos a que el padre de Julia se mire el borrador de contrato que nos ha mandado Richard y diga si le parece medio sensato. El IKEA más cercano está en Brooklyn y se llega en un ferry cuya entrada cuesta 5$ que te devuelven si haces una compra superior a 10 en IKEA. Allí miramos algunos gadgets que pueden venirle bien al loft.

El miércoles por la tarde, tras haber intercambiado varios mails con Richard, firmamos el contrato y el viernes hacemos la transferencia del depósito (una mensualidad) y el primer mes. Es de lo menos abusivo que hemos visto por estas tierras. Si todo va bien, mañana lunes por la tarde quedaremos con Richard y nos dará las llaves, que probaremos en el acto, aunque no podremos entrar en el loft hasta el 1 de septiembre porque todavía está el inquilino actual (y sería feo empezar a colgar nuestros vestidos cuando a él aún no se le ha terminado el contrato).

El State ID

Queremos sacarnos el State ID, esto es, el DNI del estado de Nueva York. No es que sea imprescindible, pero facilita las cosas. Por ejemplo, un segurata siempre preferirá ver un documento en inglés, no sólo porque no sabe ni jota de castellano, sino porque un DNI español, con ese tono rosita y esos acabados que parecen un estucado veneciano, le parece uno de los chismes más exóticos del mundo. Los policías, por su parte, se quedan tranquilos con el pasaporte y el visado que éste contiene, pero lo de ir paseando el pasaporte –ese documento del que dependen nuestras vidas- no mola nada. Así que eso, queremos sacarnos la tarjeta que nos identifica como residentes del estado de NY. Para ello, no basta con mostrar nuestro pasaporte, ni mucho menos. Necesitamos aportar hasta 6 puntos en pruebas de que: a. nos llamamos como decimos llamarnos, b. tenemos la pinta que parece que tenemos y c. hemos nacido en el día que dice nuestro pasaporte que hemos nacido.

Hay diversos documentos que te pueden servir para atestiguar esas perogrulladas, desde una tarjeta de crédito hasta una factura de la luz, y los puntos que te da cada uno aparecen en unas fotocopias que te da la típica funcionaria negra y gorda con malas pulgas. Le dimos vueltas y vueltas a la fotocopia e hicimos hasta tres veces la cola de información para averiguar cómo podíamos ingeniárnoslas con nuestros escasos documentos para probar que éramos residentes de pro. Por fin, hemos conseguido reunir los 6 puntos gracias a: pasaporte y visado (three points); tarjeta de crédito (one point); contrato de telefonía (one point); tarjeta de seguro médico (one point). Así que mañana, en principio y si a la negra de malas pulgas no se le antoja lo contrario, tendremos State ID y habremos dado un paso más hacia nuestra integración como personas dignas de un trato justo e igual en esta supuesta meca de la democracia.


El teléfono

El miércoles entramos por enésima vez en una tienda de AT&T, que viene siendo el Movistar de aquí. Ya habíamos estado en Sprint, Verizon y T-Mobile. Habíamos explorado todos los planes y contrastado todas las tarifas, para acabar llegando a la conclusión de que eran todas sospechosamente parecidas. Total, el miércoles, ya decididos a pasar por el aro de AT&T, damos varias vueltas por la tienda mirando móviles y decidimos que queremos el Iphone. Julia, el nuevo, porque le da rabia quedarse con el antiguo, total, por 100$ de diferencia. Pablo, el viejo, porque le da rabia pagar 100$, total, para tener el nuevo (cada uno es como es).

Pero cuando llega el momento de sacar la tarjeta de crédito, a Pablo le entra ese duende rata que lleva dentro. Y se tensa. Julia nota que se le torna opaca la mirada y, antes de entregar la tarjeta: ¿Pablo, estás seguro? Y Pablo: No. Así que Julia sonríe apurada a la dependienta y le dice “Lo siento, tenemos que pensárnoslo”. Salimos de la tienda –que, por cierto, era la de Times Square, así que estamos en medio de una marabunta humana- y Julia: “Pues ya te podían haber entrado las dudas antes de la media hora de cola”. Es mucho dinero, sí. Más que nada, porque nos hacen dejar 500$ de depósito (por si acaso nos damos a la fuga y decidimos no pagar las facturas). Si no fuera por eso, sería hasta barato. Pero no hay otra. Y el Iphone vale la pena. Total, que a la media vuelta a la manzana, Pablo ya estaba convencido otra vez. Así que ya nos veis volviendo a entrar en la tienda con la sonrisa congelada. “Oyeeeee… que sí, ¿Eh? Que ahora sí que sí”. En fin, hicimos todos los trámites y ya tenemos sendos Iphones con su contrato, y un punto más para el State ID.

Otros (no gestiones)

Aparte de los trámites instalatorios, hemos hecho otras cosas divertidas. El miércoles por la tarde-noche, copa en el SoHo y paseo por Chinatown con Marta (becaria que estudia en Harvard pero que ha venido unos días a NYC) y su amiga Marga.

El jueves, desayuno con Cot y Jordi, que han hecho una brevísima parada en la ciudad de vuelta de su viajazo coast-to-coast. Anda que no molan.

Por la noche, fiesta en casa de Jordi, otro de los becarios, a la que asistieron todos los becarios (y anexos) instalados o de visita en Nueva York.

El viernes, resaca y gestiones desde casa.

El sábado, brunch en Sarabeth’s, en el que tomamos unas tortitas que bien le valen la fama que tiene. Aquí estamos con cara de hambre antes de hincarles el diente (porque hay que hacer cola para pillar mesa, claro).


Y, por la tarde, fuimos a ver “Up”, que os recomendamos a todos. Isa i Jesús, sobretot a vosaltres.

Hoy domingo hemos estado en Brooklyn. Hemos cruzado el puente a pie (impresionante) y luego hemos dado un paseo por algunas de las zonas más conocidas: DUMBO, Brooklyn Heights, Park Slope y Prospect Park. Hemos comido en un sitio que se llama 5 Front. Con una terraza interior muy agradable, buena comida y precio razonable.

De momento, esto es todo desde la Gran Manzana y alrededores. Seguiremos informando.

Semana 2 - concentración de becarios en Indiana y Chicago

El domingo día 9, lamentando mucho dejar nuestras gestiones neoyorkinas a medias, partimos para el bonito estado de Indiana, donde La Caixa nos había dado cita para reunirnos con el resto de becarios.

Julia iba en calidad de consorte y se encontró allí con otras dos congéneres (sólo dos), y también con algunas becarias que hubieran querido que sus consortes las hubieran acompañado, pero que no habían tenido tanta suerte como Pablo. “Las mujeres somos más valientes”, le dijo una de ellas. Y los hombres están menos acostumbrados a ir de paquete, piensa Julia.

 

Durante los primeros días, estuvimos en Bloomington, un pueblo que bien podría ser el escenario de “Gran Torino”; en cada porche podía haber estado Clint Eastwood bebiendo cerveza y empuñando un rifle.

Nos alojábamos en el que probablemente fuera el hotel más lujoso del condado y nos trataron a cuerpo de rey.

El primer día nos presentamos todos (éramos unos cincuenta) y empezamos a memorizar nombres, destinos universitarios y especialidades de cada uno: Harvard, Yale, MIT, Stanford, Berkeley, NYU, Columbia; Derecho, Arquitectura, Tecnología Musical, Ingeniería Aeronáutica, Periodismo, etc.

Después de algunas instrucciones prácticas acerca del funcionamiento de la beca y tras el reparto de los primeros de muchos y sustanciosos cheques, nos llevaron a una especie de club náutico que estaba junto a un lago de rubio apellido: Lake Monroe. Después de comer bien y demasiado, cogimos un par de barcos que nos llevaron lago adentro, donde nos dimos un baño. En pleno baño nos pilló una tormenta de verano que dejó un atardecer precioso.

Al día siguiente visitamos la Universidad de Indiana, socio de la Caixa en la gestión y ejecución de las becas. Entre otras cosas, tuvimos entre las manos el Oscar que ganó John Ford por “Las uvas de la ira”. Alguien nos hizo una foto que esperamos recuperar en breve. También estuvimos en el Museo de Arte de la ciudad. 

Comimos en un majestuoso salón de la Universidad. Al acabar, algunas “personalidades” nos dirigieron unas palabras. El Decano dijo que en ese mismo salón habían recibido a importantes personalidades, como el Presidente de Liberia. De hecho, se jactó de que éste señalara que el presupuesto de la Universidad de Indiana fuera mayor que el de su país (por alguna razón, le parecía un dato gracioso, y no triste). También habló el director de la Facultad de Comunicación, que había estado en el comité que nos entrevistó a los aspirantes a la beca. Dio una charla muy americana y muy emocionante. Pablo estuvo a punto de llorar. Luego, otro profesor nos hizo un test con una serie de datos curiosos sobre el país. Para que nos fuéramos ambientando, suponemos.

Por la noche, tuvo lugar el gran cenorrio de agasajo en el salón principal de la Universidad. Nos sentaron en distintas mesas según la especialidad de nuestros Masters (los de cine por un lado, los arquitectos por otro, los abogados juntos, etc) y junto a miembros del profesorado de nuestras mismas disciplinas. A destacar, una gran tarta con el logo de La Caixa, pianista en directo y grandes ventanales góticos. Ya os hacéis una idea.

 

Al día siguiente, nos llevaron a Bradford Woods, una especie de campamento en el bosque. Allí nos dividieron en grupos de diez y estuvimos haciendo “team-building activities”, esto es, desempeñando tareas en equipo y salvando retos varios en medio de la naturaleza. Por ejemplo, una de ellas consistía en fabricar una balsa. Nos llevaron en lancha hacia la orilla de un lago y nos dijeron que teníamos una hora para convertir cuatro bidones, unas cuantas tablas de madera y unas cuerdas en una embarcación que nos sirviera para volver a remo a la orilla de la que habíamos partido. Evidentemente, era una competición contra otro equipo que estaba trabajando en otra orilla. Tanto el equipo de Julia como el de Pablo (distintos, pero ambos trufados de ingenieros y arquitectos) naufragaron estrepitosamente, aunque lograron fletar sendos prototipos de balsa y avanzar unos apoteósicos metros durante los cuales cantaban victoria sobre el equipo que luego acabaría venciendo.

En general, el día fue muy divertido y sirvió para reforzar los lazos de complicidad entre el grupo. Como único pero, no obstante: resultaba algo ridículo que los monitores del campamento pretendieran sacar grandes lecciones vitales de cada pequeña actividad:

MONITORA ENTUSIASTA: Y bien, ¿qué habéis aprendido tras este ejercicio?

NOSOTROS: ¿A lanzar la pelota entre nosotros?

MONITORA: ¿Y qué más?

NOSOTROS: Que tenemos menos coordinación que Paquirrín.

MONITORA FRUSTRADA: Pero ¿Qué habéis aprendido de la vida?

(silencio incómodo)

¿No os habéis dado cuenta de que la perseverancia es la clave del éxito?

En fin, pronto le pillamos el truco y les decíamos lo que querían oír mientras pensábamos en qué emoción nos depararía la siguiente actividad. Podéis ver algunas fotos divertidas en Facebook. 

 

El jueves por la mañana, ya convertidos en un compacto grupo, nos subimos al autobús rumbo a Chicago. Lo más memorable de aquel día sucedió por la noche: en un bar de auténticos carrozas americanos en el que una banda tocaba música en directo, un chico de nuestro grupo se atrevió a coger el micrófono. Cantó "Bohemian Rhapsody" como el mismísimo Freddie Mercury, para éxtasis de todos nosotros y gran sorpresa de los escépticos oriundos, que al principio nos miraban con el ceño fruncido, como si hubiéramos venido a arrebatarles sus puestos de trabajo y, lo que es peor, a invadir  sus lugares de ocio. Podéis ver el vídeo de semejante hazaña en Facebook. Para los muy frikis, recomiendo buscar "screaming lessons" en Youtube para conocer al personaje. 

El viernes, paseo matutino en barco por el río, viendo los magníficos rascacielos de Chicago. Impresionante ciudad de la que quedamos enamorados: es como Nueva York, pero en limpia y recogida. También, obviamente, en menos emocionante.

Tras el paseo, subida a la Sears tower (hoy ya no se llama así porque la ha comprado otra empresa, pero no usamos el nuevo nombre porque hay cosas que no se compran). Tras tres horas de cola, accedimos al último piso y a los originales miradores que han creado arriba:

Los que sabéis el vértigo que tiene Pablo ya podéis imaginaros cómo nos reímos con su acceso al suelo de vidrio.

Cenamos en una bonita marisquería junto al lago. Durante el postre, se arrancaron algunos discursos en los que cristalizó el cariño que se había forjado durante la semana. Un chico dijo que tenía entradas para un concierto de AC/DC, su grupo favorito, esa noche en Chicago, pero que había preferido quedarse con nosotros porque "rockeábamos" más. Luego, nos pidió que le firmáramos la entrada que había optado por no usar, a lo que accedimos entre vítores. Paul Fogleman, coordinador de la beca y artífice de esta semana tan bien organizada, dio un "speech" en su gracioso castellano. Y dos de los becarios con mayor don de palabra se arrancaron en nombre de todos para darle las gracias a él y “a todos los que alguna vez, para comprar una lavadora, un microondas, un viaje a Las Canarias o un NISSAN Almera, han tirado de un crédito de La Caixa. Brindemos por ellos.”.

Después de eso, lo más memorable de la noche fue que aún no sabemos bien cómo pero por iniciativa propia (aunque grupal) acabamos metidos en varias limusinas (claro, todos en una no cabíamos) haciendo el hortera de bolera.

 

El sábado por la mañana nos despedimos de Paul Fogleman en una especie de abrazo colectivo y quedamos desamparados y sin pastor, pero desde luego no sin rumbo. Durante el día, estuvimos visitando la ciudad por nuestra cuenta. Por la noche, cenamos todos juntos en una de las pizzerías más famosas de la ciudad. Ahí fue donde descubrimos que las pizzas de Chicago son una especie de híbrido entre una pizza y una quiche: riquísimas bombas calóricas.

Esa noche, gran fiesta. Uno de los chicos del grupo había estado un año y medio viviendo en Chicago y llamó a unos colegas que nos dejaron su “blue house”, una casa azul en uno de los barrios de marcha de la ciudad, donde celebramos el final de la semana y la despedida.


El domingo fue un goteo de salidas hacia el aeropuerto; cada uno íbamos (o volvíamos) a nuestros respectivos destinos. Ahora estamos desperdigados por el país, pero unidos por facebook y el recuerdo de esa semana.

Nosotros aterrizamos en el JFK el domingo por la noche, con muchas horas de retraso y de milagro agarrados a nuestras maletas, dispuestos a reemprender la búsqueda de piso y a seguir adelante con las gestiones que habíamos dejado a medias.

 

Semana 1 – Los brokers de pisos quedan estupefactos ante nuestras exigencias

En contra de lo que pudiera parecer, buscar piso en NYC no es tan difícil si dispones de un poco de tiempo y algo de picardía (como diría la Cosmopolitan). En nuestro caso, lo del tiempo lo llevábamos muy bien; lo de la picardía… bueno, lo fuimos aprendiendo poco a poco. Al principio todo nos resultaba extraño porque hay un sinfín de conceptos por aprender: pronto nos dimos cuenta de que no se trataba simplemente de que eligiéramos un apartamento, sino de que el apartamento también nos eligiera a nosotros. Para conseguir un alquiler no es suficiente con tener dinero, ni con pagar el alquiler y todos los depósitos y garantías habidos y por haber, sino que también hay que tener un historial de crédito inmaculado en el país. Y nosotros, obviamente, de eso nada.

On the good side: the recession. Las cosas aquí ya no son lo que eran. Aunque se nota que los brokers y los propietarios están acostumbrados a salirse con la suya y a abusar de un cliente que se encontra(ba) atrapado en un mercado con la demanda saturada, la crisis ha introducido ciertas dosis de sensatez. Los pisos están vacíos durante mucho más tiempo y esto hace que la gente tarde más en decidirse. Con ello, los propietarios se ponen nerviosos y rebajan los precios y mejoran las condiciones para ocupar los pisos cuanto antes. A nosotros nos han llegado a bajar de 2900 a 2500 dólares en una primera conversación telefónica con el propietario y sin haber visto aún el piso. Además, el hecho de que queramos alquilar por un año es otro punto a nuestro favor, pues en Manhattan mucha gente alquila sólo durante unos cuantos meses.

Aunque empezamos buscando por toda la ciudad, poco a poco nos hemos ido decantando por las zonas que más nos gustan: el East Village, el SoHo, Chelsea y Gramercy. No están mal algunas calles de Midtown, pero es importante hacer un Google Earth antes de ir, porque puedes encontrarte con auténticos estercoleros. La mayor parte de pisos vacantes están en East Village, así que es probable que acabemos ahí.

Por supuesto, no basta con que nos guste el piso, ni la calle, ni el barrio, ni la propia entrada; también tiene que gustarnos su dueño. En estos días hemos visto gente rara, rara, rara. Procuramos huir de ellos, por estupendos y baratos que sean sus pisos.

Los candidatos más firmes por ahora son:

  • un loft maravilloso en East Village, súper luminoso (cinco ventanas y dos claraboyas) y vecino de Plan B. Su problema principal es que la cocina es poca cosa.
  • un apartamento chiquitín pero mono también en East Village. Con salida a la azotea. Su problema principial es que es pequeño (no hay mucho sitio para instalar una mini estación de trabajo en casa, por mínima que sea) y que el dormitorio es de lo menos que se despacha en dormitorios. Además, parece genial para el verano pero muy frío en invierno.
  • un apartamento enorme y decorado con gusto, con una cocina amplísima, un salón con ventanal súper acogedor y una habitación grande y comodísima. Su principal problema es que está en un bloque feo y en reformas en una zona bastante feota (al lado del edificio de Naciones Unidas). Ah, y que el piso costaba un plus de 400 dólares al mes porque la propietaria nos imponía a su chica de la limpieza.

En fin, que esto de buscar vivienda es un auténtico puzzle en el que hay que encajar muchísimas piezas. Pero perseveramos y, de momento, somos optimistas con respecto a nuestras posibilidades.

Tenemos un teléfono de prepago que compramos para salir del paso, pero cuando seamos residentes con casa propia tendremos que hacernos algún contrato. Aquí pagas por emitir y también por recibir llamadas, así como por enviar y recibir SMS. Resulta muy antipático, pero es cuestión de acostumbrarse. El resumen es que gastar menos de 40 dólares al mes es muy difícil (se diría imposible), pero por esa tarifa u otras ligeramente superiores puedes tener casi todos los servicios habidos y por haber. En general, en este país es barato consumir mucho; y caro, consumir poco. It's expensive not to spend that much!

Abrimos una cuenta de banco en Citibank, que ha sido una de las gestiones menos problemáticas hasta la fecha. Lo malo es que traerse el dinero desde España es caro y lento.

Julia tuvo una entrevista en Pressman, una productora independiente muy chula, y en principio empezará unas prácticas allí en septiembre.

Los Hausman nos tratan estupendísimamente. A nuestra llegada, nos recibieron con una barbacoa en su maravilloso patio trasero. Nos alojamos en la habitación de Richard, el pequeño de los tres hijos, en la que el chaval atesora sus colecciones de minerales y piedras metamórficas, así como una ristra interminable de trofeos de todo tipo y diplomas diversos. Desde hace unos meses, la familia tiene dos “bearded dragons”, que no sabemos cómo se llaman en castellano. Para que os hagáis una idea: son reptiles y tienen pinta de lagartos bien alimentados. Viven en una ducha que nadie utiliza porque al padre le pareció un disparate gastarse 400 dólares en un terrario. Son dos hembras y han sido bautizadas con los nombres de la hermana y la madre de Michael. Son tan pasivos que es sorprendente que otros de su especie puedan sobrevivir en la naturaleza. Comen judías verdes y gusanos vivos y, cuando los Hausman estuvieron de vacaciones en Vermont, quedamos encargados de alimentarlos:

  • Coger frasco con gusanos vivos. Ojo: no son lombrices finitas, sino gusanotes de grueso diámetro.
  • Abrir la maloliente ducha. Empezar a respirar por la boca.
  • Coger los gusanos. A poder ser, usando las pinzas habilitadas a tal efecto. Cuando el gusano se siente atrapado, se revuelve y es posible que se libere del yugo de la pinza. Hay que lucharlo. Y, si se escapa, repetir la operación.  
  • Lanzar el gusano contra el suelo procurando que haga ruido al caer para que las dragonas se percaten de su presencia (ya hemos dicho que no son muy avispadas).
  • Asegurarse de que se lo comen. Éste es el paso más frustrante; el gusano puede pasear sobre el cuerpo de su depredador sin que éste haga amago de tomar medidas. Hay una de las dos dragonas que es más avispada que la otra, por lo que hay que procurar repartir la comida equitativamente.
  • Repetir la operación hasta que las dragonas dejen de comer. Por cierto que los gusanos –que son mucho más listos que las dragonas-, obedeciendo a aquello de “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”, se hunden en el serrín del frasco cuando ven de qué va el asunto, por lo que coger los gusanos sucesivos es un reto creciente.
Por lo visto, las dragonas han sobrevivido. Aunque no lo creáis, Pablo las alimentó muy diligentemente. Aunque luego tuvo ganas de vomitar durante un rato.

Por otra parte, como la cocina de los Hausman está en la planta baja (que da a un patio trasero muy chulo), no es raro cruzarse con alguna que otra alimaña (ratones o cucarachas). Como veis, la casa es un ecosistema en precario equilibrio, pero equilibrio al fin y al cabo.

Estar a miles de kilómetros de casa no te exime de hacer vida social; al fin y al cabo, Nueva York está a un tiro de piedra y es un destino común y popular. Sólo en nuestra primera semana, tuvimos tres citas. Todo ayuda a que no nos sintamos solos ni perdidos.