Páginas

Semana 4.2. - Desventuras

Cuando uno anuncia un 4.1., se supone que tiene que haber, por lo menos, un 4.2. O así es en nuestro mundo de gente organizada (y algo maniática, sí, ya lo sabemos). Así que ahí va la segunda entrega de nuestra cuarta semana en esta ciudad increíble.

El lunes fuimos a tomar un brunch a un lugar muy chulo que descubrimos por internet. Se llama Penelope y está en el Upper East Side, cerca de casa. Para todos aquellos que no lo sepan, un brunch es un desayuno muy fuerte (conjunción de “breakfast” y “lunch”). Y cuando decimos “muy fuerte” no nos referimos a poder comer muchas magdalenas, sino a poder comer muchas salchichas. Es importante que os acostumbréis al término porque tomar brunch se ha convertido en una de nuestras actividades preferidas. El brunch del lunes, además, tuvo el aliciente de que estuvimos acompañados por algunos compañeros de La Caixa. Como ya apuntamos en su día, la semana que estuvimos en Indiana nos unió mucho (si alguna vez os habéis ido de campamentos, o si alguna vez habéis visto Gran Hermano, sabéis de lo que hablamos), y ahora es frecuente que cada vez que alguien descubre un sitio chulo o una actividad interesante, lo comunique vía Facebook o vía mail. De hecho, mientras desayunábamos, Julia y yo comentamos que teníamos pensado ir al Consulado español para registrarnos como “ciudadanos que vivíamos allí, pero que ahora vivimos aquí”, y muchos de los becados decidieron venir con nosotros. Así vamos los de La Caixa: en manada.

Lo del Consulado español fue bastante “chou”. Hay cosas que no cambian por muy fuera que estés de tu país, y la dispersión de un funcionario español es una de ellas. No obstante, hay que decir que nos trataron estupendamente. De hecho, la mujer que nos atendió, Amparo, una valenciana recta, relamida y muy pulcra, merecedora del puesto que tenía a juzgar por lo marisabidilla que era, tuvo un gesto que, francamente, nos conquistó. Resulta que mientras nos estaba atendiendo, al otro lado del cristal apareció un hombre calvo con apariencia de importante, acompañado de un hombre feo y bigotudo que vestía un traje negro. El calvo le dijo a Amparo: “Mira Amparo, te presento al Presidente Matas, que ha venido a que le arreglemos los papeles, a él y a su mujer”. Amparo, sin dejar de manejar nuestros papeles, se levantó y le saludó en tono neutro: “Pues encantada, ¿eh?”. Y hala, volvió a sentarse. A lo suyo (que en aquel momento era lo nuestro). En cuanto el Presidente Matas se hubo marchado, Amparo soltó un relincho y exclamó: “¡Qué morro tiene la gente! Por muy presidente que sea uno, no se puede venir aquí y pretender que le atiendan así… ¡Con toda la gente que tengo esperando!”. En ese momento, Pablo, que estaba bastante divertido con todo el caos de la oficina, le dijo a Amparo que ese señor era el Presidente de Baleares y que, posiblemente, había venido huyendo de las acusaciones de corrupción urbanística que le estaban cayendo en el país (más por un “me suena algo y qué buena ocasión para meter cizaña” que por estar realmente enterado del tema). Amparo, de repente, saliendo de su seriedad congénita, se puso la mano en la boca para que no le oyeran los de detrás y, en tono muy bajito, dijo como divertida: “Es del PP”. Acto seguido, continuó su tarea. Julia y Pablo se miraron sin saber qué responder y estallaron en carcajadas.

Después del Consulado, fuimos al Departamento de Vehículos Motorizados a sacarnos el ID del estado. Suena muy raro, pero tiene una explicación. En EE.UU. no hay DNI. El documento que usa la gente para identificarse es el carnet de conducir. Y así, lo que ellos llaman “driver's license” funciona también como ID estatal. En nuestro caso, como no estamos por la labor de sacarnos el carnet de conducir todavía, fuimos a sacarnos un “non-driving driver's license”, es decir, literalmente: un carnet de conducir para no conducir. Después de realizar cola durante casi dos horas; después de haber ido previamente a informarnos de todos los documentos que teníamos que llevar; después de habernos hecho un contrato de móvil, porque era requisito indispensable para poder conseguir el ID (el requisito era tener un contrato, no un móvil); después de todo esto, no pudimos sacarnos el dichoso ID porque en nuestros formularios de la universidad constaba la dirección de Los Angeles y no la de Nueva York… Lo peor no fue el tiempo perdido, lo peor no fueron las colas, ni tampoco el hambre, ni el pis. Lo que nos dejó desolados fue descubrir que el funcionariado estadounidense es aún peor que el español: el hombre que nos atendió era retrasado… Lo que acabamos de escribir no es un insulto, no es una broma, no está dicho con rabia ni con desprecio. Es una simple descripción. La forma de su cabeza, su pelo mal distribuido, su lengua atrapada en una boca demasiado pequeña, sus gafas de culo de botella, sus dientes de piraña y, sobre todo, su nula capacidad de improvisación para enfrentarse a lo inesperado (en concreto, nuestro formulario de universidad), hacían de él la persona menos adecuada para estar frente al público. Es verdad que en España las Administraciones Públicas contratan discapacitados. Y no querríamos dar a entender que nos parezca mal que los discapacitados puedan trabajar. Sin ir más lejos, en una de las oficinas de Correos más concurridas de Barcelona, trabaja Mortadelo. El de la película. La película basada en el cómic de Ibáñez. En el que Mortadelo hace de tonto a las órdenes de un Filemón con pocas luces, que a su vez está subordinado a un superintendente corto. Pues bien. En la oficina de Correos, Mortadelo se encarga de llevar las cartas al almacén, es decir, no está de cara al público. Porque lidiar con los usuarios requiere cierta flexibilidad, cierto mirar a los ojos, cierta logopedia. Tres cosas que al señor del “non driving driver´s license” le faltaban. Por eso, cuando le dimos los papeles, automáticamente empezó a gruñir. Balbuceaba y aporreaba la grapadora contra la mesa como un autista que hubiera visto su rutina alterada. Como no hubo manera de que entrara en razón (con el ruido que hacía la grapadora, no creemos siquiera que pudiera oírnos), solicitamos hablar con su supervisora. Ésta, a diferencia de su compañero, sí parecía tener un coeficiente adecuado a su cargo. Sin embargo, no supo entender que el nombre de la escuela de Pablo, la New York Film Academy, aunque parezca raro, en realidad hace referencia a la ciudad en la que tiene sede, ni que, aunque nuestros papeles tuvieran como dirección la oficina de L.A. (circunstancia meramente burocrática), íbamos a estar viviendo un año en Nueva York, tal y como demostraban nuestros contratos de alquiler, de teléfono, las cartas del banco… Y, puestos a sumar, nuestra propia presencia en aquella oficina. Porque ¿quién en su sano juicio iba a hacer dos horas de cola para conseguir un carnet-de-conducir-para-no-conducir en el estado de NY si pensaba estar viviendo en Los Angeles?
Exhaustos y fracasados, como el capitán Scott, fuimos a recoger las llaves de nuestro piso. Por fin teníamos una pequeña prueba de que no habíamos pagado en balde. Y contentos y repuestos del soponcio de la mañana, nos fuimos a cenar a un sitio que nos había recomendado Vilapri (compañera de promoción que sustituyó a Julia en Distinto) en el corazón del que será nuestro barrio, el East Village. El lugar se llama Mogador Café y es un restaurante árabe con mucho encanto. En una terracita que daba a la calle, acabamos nuestro día agotador comiendo un hummus y una salsa de yogur realmente deliciosos (entre otras cosas, claro, que no sólo de salsas se sacia uno).

El martes por la mañana despertamos a un nuevo contratiempo. Resulta que Amparo nos había introducido en su base de datos como casados, a pesar de que no le habíamos presentado el libro de familia (toda una osadía, si recordáis el perfil del personaje). Así que habíamos quedado en que, en cuanto llegáramos a casa, la llamaríamos para darle el número de nuestro libro de familia y así ella ya se quedaba tranquila. Pero, gran catástrofe, descubrimos el martes por la mañana que nuestro libro de familia se había perdido junto con otros documentos que dejamos olvidados en el aeropuerto de Chicago y que había sido imposible recuperar, por más que Julia se había peleado por teléfono con todos los números de objetos perdidos habidos y por haber. Así que llama a Amparo, dile que no tienes el libro de familia (“tranquilos, no pasa nada, ya me lo daréis cuando lo recuperéis”, nos dice atentísima), busca el número de teléfono del Ayuntamiento de Fontanillas e intenta dar con ellos. Evidentemente, el Ayuntamiento de Fontanillas abre de Pascuas a Ramos, y su exiguo horario coincide entre poco y nada con el horario neoyorkino, por lo que el padre de Julia se hace cargo de la gestión, menosmal. Total, tras pasar media mañana al teléfono entre unas cosas y otras, salimos a la calle. Desde luego, no es nuestro día: un paseo por Tribeca, barrio bastante muerto a las horas en las que llegamos por ahí, y un bocata malo en un pub atendido por una rubia que sólo estaba a ligar con los ejecutivos cutres de la zona.
Por la tarde-noche, nos trasladamos al mini apartamento que tienen los Hausman en el piso de arriba, es decir, liberamos la habitación del pequeño Richard y pasamos a tener cocina. No está mal. Nos acostamos nerviosos porque al día siguiente Julia empieza las prácticas. La espera nos concede unas pocas horas de un sueño ligero, al borde de la vigilia. Además, lo de la apendicitis de Pablo no ayuda a descansar tranquilos (ref. entrega 4.1.).
Lo de las prácticas de Julia ya os lo sabéis. Pablo, por su parte, dedica la mañana a hacer gestiones varias, a colgar alguna que otra foto en Facebook, y a darle un meneíllo al blog. Comemos juntos, un lunch atropellado por el “no sé cuánto rato será adecuado que me ausente del trabajo y tengo que contártelo todo”. Por la noche, divertida cena con Adela y Javi, amigos sevillanos de Pablo que están de visita en la ciudad. Un mexicano muy agradable en el East Village. Dos jarras de frozen margaritas y, luego, cócteles en una terraza viendo caer una lluvia fina y agradable.
El jueves dormimos hasta tarde y luego salimos a dar una vuelta. Comemos en una hamburguesería típicamente americana y cruzamos Central Park bordeando el lago grande, que desde hace unos años lleva el nombre de Jackie Kennedy. El atardecer es precioso y admiramos el skyline al otro lado del lago pensando en que Pressman lo está viendo desde su ático maravilloso. Tras cruzar el parque mientras nos turnamos para leer en voz alta en el Iphone la entrada de Central Park en Wikipedia, visita al Upper West Side. Bajamos Columbus hasta que cruza con Broadway, examinando las tiendas, restaurantes y cines de la zona, así como haciéndonos un retrato tipo del habitante medio del UWS.
El viernes, otro día de prácticas y lunch compartido. Por la tarde, Julia se reúne con Nina, gran secretaria de Cuatrecasas New York que fue su primera guía en la ciudad. Un gran hallazgo, por cierto, el bar que le descubre. Entre tanto, Pablo se desloma ayudando a un compañero de beca de La Caixa con la mudanza. Entre mueble y mueble, charlas divertidas.
El sábado, brunch a base de crêpes y croque-monsieur en un restaurante de aire parisino. Luego, paseo por East Village para familiarizarnos con el barrio que en breve haremos nuestro. La guinda del día, la última peli de Woody Allen (“Whatever Works”). Qué distinto es ver Nueva York retratada en una gran pantalla cuando sabes que está ahí fuera esperándote. Creímos reconocer cada esquina, cada bar. Y, oh, deliciosa sorpresa, ver que los protagonistas comen en el Mogador Café que tanto nos había gustado. Ahora nos gusta más si cabe.
El domingo nos despertamos pronto para llamar a Córdoba porque queríamos estar “ausentes y aún así presentes” mientras Alicia y la Abuela les daban a los padres de Pablo el regalo de aniversario de casados que habíamos urdido entre todos: una noche en el Hotel Hospes de Bailío. A mediodía, paseo por Prospect Park, el parque más grande de Brooklyn. Volvemos pronto a casa para charlar con el padre de Julia y pasamos el resto de la tarde-noche tronchados frente al ordenador mientras relatamos nuestra fracasada visita al Departamento de Vehículos Motorizados para el blog y viendo algunos capítulos de una serie a la que teníamos ganas de hincarle el diente, “Big Love”, sobre una familia polígama. No está mal, pero estaría mejor si, en vez de venir a reforzar el prejuicio ampliamente extendido (“estos mormones están locos”), tratara de desmentirlo.

La semana termina con la feliz perspectiva de saber que a partir del martes entraremos en el loft y empezaremos a convertirlo en nuestro hogar, siempre abierto a todos vosotros.

3 comentarios:

  1. El brunch del "lunes"? Espero que a la larga el brunch lo reserveis para los domingos;)

    Con lo del funcionario casi lloro...

    Mil petons forts forts!

    ResponderEliminar
  2. Muy bien bien bien!! Veo disfrute y eso es lo bueno!!
    Un beso,

    Anselmo.

    ResponderEliminar