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La venganza de Spiderman

No me considero especialmente gruñona pero tengo que reconocer que tengo un punto misántropo. Esto lo noto en que hay cosas de los demás que me molestan mucho. Me molestan hasta extremos insanos. Concretamente, me pone muy nerviosa la gente que no parece tener consciencia del peso ni el volumen de su propio cuerpo. Por ejemplo, van andando por la calle y se paran de repente, sin mirar si viene alguien por detrás. Si tus frenos no son de primera, sueles comerte su parachoques trasero (cosa que a ellos les sorprende mucho, claro, porque no son conscientes de que están hechos de materia newtoniana, que por tanto se halla sujeta a las leyes de la gravedad, la inercia y demás). Es la misma gente que, cuando llega el metro al andén en el que están esperando, se pone delante de las puertas de entrada – que también son las de salida, claro. Algunos lo hacen porque tienen mucho morro pero la mayoría lo hacen porque piensan que es lo más efectivo: me pongo delante de la puerta y así cuando se abra entro en seguida. Lógica aplastante. Supongo que piensan que van a TRASPASAR los cuerpos de quienes salgan. Obviamente, ese intercambio nunca se produce de la forma suave que imaginan y terminan entre empujones sin saber por qué. Tengo amigos y familiares que son así y no les quiero menos por ello, porque compensan esa carencia con maravillosas virtudes. Pero cuando veo un desconocido que se comporta así, alguien cuyas virtudes compensatorias desconozco, me entran ganas de mirarle el número de serie y llamar a la Fábrica de Humanos para que descataloguen su modelo para siempre. O, en otras palabras, me invade un deseo incontrolable de matarlo y aniquilar toda su descendencia, la que ya haya tenido la fortuna de nacer y la que existe sólo en potencia. Sin duda, tengo un punto misántropo.

Pues bien, Spiderman castiga sin piedra ni palo, que quiere decir que a los malotes siempre nos llega nuestro merecido:

Hoy he salido de casa a eso de las seis de la tarde. Hacía mucho frío, llovía y soplaba un buen vendaval. Así que me he abrigado como bien he podido: mis botas FLEXA impermeables, que son cualquier cosa menos femenina (de hecho, Pablo las llama “las botas de Superman”), un abrigo anchote de pana verde de Lourdes Bergada del tipo “soy tan estilosa que me echo cualquier cosa por encima y estoy monísima” (y, en efecto, si lo llevara Kate Moss, sería la cosa más “cool” del mundo, pero como lo llevo yo Pablo lo llama “tu abrigo El Orfanato”, supongo que porque le recuerda al saco que lleva Tomás en la cabeza) y tres capas de jerséis y demás piezas debajo. Aparte de eso, los guantes, el bolso y el paraguas. Total, iba hecha un auténtico gnomo. Al mirarme en el espejo, he comprendido en plenitud la frase “Ande yo caliente, ríase la gente”.

Así pertrechada me he ido a clase de “TV Programming and Scheduling”. La clase es maravillosa pero a lo que vamos. Al salir, he ido a hacer unos cuantos recados y ahí ha sido cuando he sentido cernirse sobre mí la venganza universal por todas las veces que he deseado aniquilar a los patosos del mundo. Para empezar, el paraguas, endemoniado por unas corrientes que en cada esquina cambiaban de dirección, se ha convertido en mi peor enemigo. Hasta tal punto que he decidido cerrarlo y mojarme, porque corría el riesgo de sacarle un ojo a algún viandante o, lo que es peor, de sacármelo a mí misma. Como no llevaba lentillas, sino gafas, en cuanto me caían cuatro gotas en el cristal ya andaba ciega. Por otra parte, cada vez que entraba en una tienda tenía que empezar a desvestirme. Al principio he intentado desabrochar cremalleras y botones antes de quitarme los guantes: craso error. Luego, he decidido empezar por quitarme los guantes, pero entonces tenía que abrir el bolso para meterlos dentro, o introducirlos en un bolsillo (a riesgo de perderlos) intentando que el paraguas mojado no me empapara las manos. Así que peor el remedio que la enfermedad. Sacar la cartera era un drama, y siempre que me encontraba en medio de una de éstas delicadas operaciones me daba cuenta de que estaba cerrándole el paso a algún que otro cliente, o al personal que repone producto en las estanterías. Evidentemente, cuantos más recados hacía, más cargada iba, por lo que la dificultad de manejarme con dignidad crecía de forma exponencial. Ya llegando a casa y cargando, aparte de mi cuerpo maltrecho por tanto bandazo, un buen avituallamiento de material de despacho (entre otros, un paquete de papel bien pesado), no he podido resistir la tentación de entrar al supermercado de al lado de casa, el Gracefully. Irónico nombre, porque no podía haber en ese lugar cosa menos graciosa ni más graciosa que yo: nadie con menos gracia (como elegancia) pero tampoco nadie más gracioso (como “ríase la gente”). Nuestra despensa está vacía y me había propuesto hacer un arroz con verduras, así que he entrado hasta la zona de frescos con el objetivo de hacerme con un par de cebollas, un calabacín y unos champiñones. En la batalla que mi bolso, mi paraguas y yo hemos emprendido contra las bandejas de fruta y verdura, han acabado rodando por el suelo dos lechugas y una cabeza de ajos. Por no mencionar la cantidad de veces que los bajos de mi abrigo han acariciado la tragedia: el Gracefully es un supermercado pequeño, de pasillos estrechos y esquinas peligrosas, por lo que a punto he estado de derramar la estantería de la soja. Por un momento, me he visto teniendo que comprar el local entero para compensar mi desaguisado. He pagado mis víveres sin atreverme a mirarle a la cara al dependiente chino (¿Habrá visto cómo me agachaba para devolver las lechugas rebozadas a la estantería?) y he salido de ahí con la mayor dignidad que he sido capaz de reunir tras tanto desatino. En cuanto he llegado a casa y me he deshecho de las numerosas armas de destrucción pasiva que llevaba encima, me he sentado a escribir esto para recordarme a mí misma que, me guste o no, los patosos también tenemos derecho a habitar este planeta.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado, sobretodo, la primera parte. M'hi veig! Sobretot quan baixant a l'estació de Renfe de Plaça Catalunya me encuentro con que la gente ocupa la banda dreta de les escales mecàniques... encara que faltin tres quarts d'hora pq hagi de venir el meu tren, no ho suporto! Aleshores, durant una segons, em torno jo insuportable i bufo. Per un moment, de veritat, els tiraria a tots a terra. Luego me doy cuenta, calmada (sempre i quan no hagi perdut el tren...), apartada, i somric.
    Bueno, en qualsevol cas, t'imagino en un supermercat de NY con todas tus ropas encima i tirant enciams per terra i em fa molta gràcia...

    Petonsssss guapossssssss!!!

    Júlia (Vilapri)

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  2. En mis momentos de "horrible" soledad creativa ante el ordenador, haciendo mi break de descanso leyendo vuestro blog, sólo puedo darte las gracias por esas risas que me he echado sola como una "musola" (con búho no me rimaba) en mi despacho. ¡Que vivan los torpes y las lechugas rebozadas!
    Besos!
    Marta

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