A finales de enero, tuvimos “cena de empresa”: Mr. Pressman y su mujer invitaron al equipo fijo de la productora a una cena para celebrar el nuevo año y, por alguna razón que se nos escapa, Julia estaba incluida; y Pablo, por extensión. Cenamos en un restaurante de Tribeca que nos pareció correcto a pesar de lo escogidos que somos y, contra todo pronóstico, lo pasamos muy bien. Hicimos buenas migas con la assistant de Ed (hasta ahora conocida por este blog como “la china”), que merece capítulo aparte.
Jen está muy feliz y muy contenta porque ha encontrado nuevo curro. Después de dos años desperdiciando neuronas en gestiones bobas y templando los nervios para no darle un bocado a Mr. Ed, decidió que tenía que marcharse de allí. Bueno, decidido lo tenía desde hace tiempo, lo que pasa es que por fin tomó cartas en su propio asunto. Ahora será personal assistant (creo que ha nacido para eso) de un distribuidor de cine independiente que paga mucho mejor que Pressman y que es mucho menos antipático. Como no podía ser de otra manera, es amigo de éste. Todo es muy diplomático y muy “te deseamos mucha suerte” pero hay cierto retintín en el ambiente. En cualquier caso, como Jen se siente liberada, está un poco pasota y mucho más divertida. Así que en la cena estuvo muy dicharachera y, cuando le comentamos que no sabíamos dónde comprar pescado fresco que no fuera carísimo, nos dijo que nos llevaría adonde lo compra ella.
Jen nació en Taiwan pero se crió en Sydney, aunque estuvo unos meses viviendo en “Europa” (sur de Francia y Escocia, según especificó cuando le comentamos que a nosotros “Europa” nos parecía un término muy amplio) y ahora lleva tres años instalada en Nueva York. Así que, por un lado, tiene una cultura culinaria muy marítima y muy distinta de la neoyorkina; y, por otro lado, conoce Nueva York lo suficiente como para ser una buena guía de mercados. Nos llevó a varios puestos de pescado, fruta, verdura y carne de Chinatown, que no sólo nos quedan cerca de casa sino que además son baratísimos. Si no nos los hubiera señalado alguien de confianza, nunca hubiéramos comprado ahí porque nos hubieran parecido sospechosamente baratos. Pero, sabiendo que Jen compra ahí, estamos ansiosos por ampliar nuestro horizonte culinario con víveres tan asequibles.
Pero no sólo de frescos vive Chinatown. En ese barrio tan grande, que va poco a poco conquistando el Financial District a base de poner carteles en chino a los bancos y a los McDonald’s, hay todo un submundo. Pablo y Gala (que estuvo aquí de visita) se fueron a Chinatown a comprar bolsos “de marca”. Por allí que andaban paseando cuando se ve que a una china les pareció que tenían cara de buscar bolsos (¿qué cara tiene alguien que anda falto de bolsos?) y les dijo: “¿Bolsos? ¿Lelojes? ¿Gafas?” Superada la sorpresa inicial y ya habiendo comprendido que la china les hablaba en castellano, dijeron: “Sí, bolsos”. Entonces, la china saca un walkie-talkie y se comunica en chino con un subalterno, un socio o un proveedor (no sabemos). Imaginamos algo así como: “Al habla dragón rojo, identificados dos posibles clientes; europeos, con pinta de buscar Prada y Gucci, necesito género, cambio y corto”. A los pocos minutos, se acerca otra china que los guía hacia un rincón y allí, detrás de un camión que los ocultaba de la ley, Pablo y Gala estuvieron hojeando un catálogo a todo color. La china manejaba un castellano más que suficiente para manejarse en estos casos: “barato”, “sixty dólar”, “tengo” y “no tengo”. Hasta tal punto les pareció que aquello era como lidiar con la gitana del mercadillo que Gala en un momento dado le dice “Y Luis Vuiton no tienes, ¿no?” No, no tenía. Como no vieron nada de su gusto en el catálogo, siguieron paseando hasta que les asaltó otra china saltarina. Y así sucesivamente. Finalmente, se marcharon de allí sin bolso alguno, pero no de manos vacías ya que no todos los días puede uno contar que ha estado paseándose al margen de la ley.
Jen está muy feliz y muy contenta porque ha encontrado nuevo curro. Después de dos años desperdiciando neuronas en gestiones bobas y templando los nervios para no darle un bocado a Mr. Ed, decidió que tenía que marcharse de allí. Bueno, decidido lo tenía desde hace tiempo, lo que pasa es que por fin tomó cartas en su propio asunto. Ahora será personal assistant (creo que ha nacido para eso) de un distribuidor de cine independiente que paga mucho mejor que Pressman y que es mucho menos antipático. Como no podía ser de otra manera, es amigo de éste. Todo es muy diplomático y muy “te deseamos mucha suerte” pero hay cierto retintín en el ambiente. En cualquier caso, como Jen se siente liberada, está un poco pasota y mucho más divertida. Así que en la cena estuvo muy dicharachera y, cuando le comentamos que no sabíamos dónde comprar pescado fresco que no fuera carísimo, nos dijo que nos llevaría adonde lo compra ella.
Jen nació en Taiwan pero se crió en Sydney, aunque estuvo unos meses viviendo en “Europa” (sur de Francia y Escocia, según especificó cuando le comentamos que a nosotros “Europa” nos parecía un término muy amplio) y ahora lleva tres años instalada en Nueva York. Así que, por un lado, tiene una cultura culinaria muy marítima y muy distinta de la neoyorkina; y, por otro lado, conoce Nueva York lo suficiente como para ser una buena guía de mercados. Nos llevó a varios puestos de pescado, fruta, verdura y carne de Chinatown, que no sólo nos quedan cerca de casa sino que además son baratísimos. Si no nos los hubiera señalado alguien de confianza, nunca hubiéramos comprado ahí porque nos hubieran parecido sospechosamente baratos. Pero, sabiendo que Jen compra ahí, estamos ansiosos por ampliar nuestro horizonte culinario con víveres tan asequibles.
Pero no sólo de frescos vive Chinatown. En ese barrio tan grande, que va poco a poco conquistando el Financial District a base de poner carteles en chino a los bancos y a los McDonald’s, hay todo un submundo. Pablo y Gala (que estuvo aquí de visita) se fueron a Chinatown a comprar bolsos “de marca”. Por allí que andaban paseando cuando se ve que a una china les pareció que tenían cara de buscar bolsos (¿qué cara tiene alguien que anda falto de bolsos?) y les dijo: “¿Bolsos? ¿Lelojes? ¿Gafas?” Superada la sorpresa inicial y ya habiendo comprendido que la china les hablaba en castellano, dijeron: “Sí, bolsos”. Entonces, la china saca un walkie-talkie y se comunica en chino con un subalterno, un socio o un proveedor (no sabemos). Imaginamos algo así como: “Al habla dragón rojo, identificados dos posibles clientes; europeos, con pinta de buscar Prada y Gucci, necesito género, cambio y corto”. A los pocos minutos, se acerca otra china que los guía hacia un rincón y allí, detrás de un camión que los ocultaba de la ley, Pablo y Gala estuvieron hojeando un catálogo a todo color. La china manejaba un castellano más que suficiente para manejarse en estos casos: “barato”, “sixty dólar”, “tengo” y “no tengo”. Hasta tal punto les pareció que aquello era como lidiar con la gitana del mercadillo que Gala en un momento dado le dice “Y Luis Vuiton no tienes, ¿no?” No, no tenía. Como no vieron nada de su gusto en el catálogo, siguieron paseando hasta que les asaltó otra china saltarina. Y así sucesivamente. Finalmente, se marcharon de allí sin bolso alguno, pero no de manos vacías ya que no todos los días puede uno contar que ha estado paseándose al margen de la ley.
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