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Un nuevo canal

Hace mucho tiempo que la gente me pregunta por mis cortos. Muchos, incluso, lo hacen con cierto retintín, como diciendo “¿acaso no estás ahí por eso? Que si no es así, deja de hacer el paripé y vente para acá que hay muchas cosas que hacer”. Pero es que hasta ahora, no había encontrado una manera de colgar los cortos de forma más o menos eficiente. Hoy en día, con tantos avances tecnológicos y tan poca barrera audiovisual, resulta realmente difícil averiguar cuál es la “ventana” idónea para mostrarte al mundo. Al mundo entero, me refiero.

Pero al final, después de mirar aquí y allá, resultó que la opción que más me ha convencido ha sido la de Youtube. Resulta que en dicho servidor existe la opción de crearte una página personal en la que puedes ir subiendo tantos videos como quieras. Esto lo tienen otras redes sociales como Facebook o Myspace. Sin embargo, en Youtube a esta página no le llaman página (ni “tus videos”, que es la opción vulgar por la que ha optado Facebook), sino que le llaman Canal. Y a mí eso me gustó mucho.

En Youtube ahora hay un nuevo canal, el Canal de Pablo Gomez Castro (¡toma ya!), y en él podréis ver los cortos que he hecho hasta el momento. No hace falta que me busquéis. Yo os doy la dirección enseguida. Sin embargo, antes de que os conectéis, y para que no os parezca muy decepcionante lo que vais a ver, creo que es importante que sepáis un par de cosas.

1. Ninguno de los cortos que he hecho hasta ahora es profesional. Son ejercicios. Esto os ahorrará alguna que otra decepción.
2. He colgado todos los ejercicios que he rodado hasta ahora (excepto el primero de todos, que sólo duraba 30 segundos y que estaba desenfocado). No lo he hecho por vanidad, sino porque mi madre me lo ha pedido.
3. Dado que he colgado todos los cortos rodados hasta ahora, creo que es bueno que os cuente un poco la evolución del curso:


Evolución del curso
Como ya sabéis, la NYFA se caracteriza por ser una escuela eminentemente práctica. Y esto se traduce en que casi cada fin de semana tocaba salir a rodar. Lo bueno es que no hemos salido a rodar así “al tún tún”, sino que cada vez había un objetivo determinado.

La primera semana nuestra tarea consistía en contar una historia de 30 segundos en un solo plano. No me extiendo más porque este corto no lo veréis. Como ya he comentado antes, está desenfocado y, total, sólo son 30 segundos.

La segunda semana se trababa de demostrar que sabíamos contar una historia en varios planos respetando la continuidad de acciones (ejemplo: si estoy en el sofá y me levanto, no vale que en un plano esté sentado y que en el siguiente ya esté de pié, sino que tengo que repetir la acción de levantarme en los dos casos y montar luego la imagen para que todo cuadre). Teníamos que rodarlo con unas cámaras de 16 mm. muy antiguas, creo que de la época de la II Guerra Mundial, y no podíamos usar sonido porque se suponía que teníamos que prestar mucha atención a la continuidad. A esta semana corresponde “Cleaning The House”.

La tercera semana nos retaron a trabajar con el sonido. Pero no podíamos usar sonido directo. Es decir, sólo podíamos usar canciones previamente grabadas. Por tanto, sólo había dos opciones: o hacer un videocliop, o hacer el retrato de una persona o situación. Al igual que en los dos casos anteriores, se tenía que grabar en cine con cámara de cuando la guerra. A esta semana corresponde “The Anniversary”.

La cuarta semana pudimos, por fin, pasarnos al digital. Nuestra tarea fue poner en práctica lo aprendido en las tres semanas anteriores, pero esta vez, contando una historia de verdad. El proyecto tenía que ser B/N y sólo podíamos usar sonido ambiente o banda sonora. A esta semana corresponde el corto “The Trip”. Por cierto, mi primer contacto con actores profesionales americanos.

Después de este corto hicimos un parón, tuvimos unos días de descanso y dimos por cerrada la primera parte del curso: la introducción al cine tal y como se hizo en su día, desde los inicios.
Semanas después llegó nuestro primer contacto con el color, el sonido sincronizado y la dirección de actores. Todo de una vez. El ejercicio resultante de esta fase es el titulado “Overwhelmed”.

Y hasta aquí, lo que he hecho hasta ahora. La semana que viene trabajaremos el punto de vista, que ya sabemos que no es lo mismo contar una historia en primera persona que en tercera. Pero, de momento, sólo tengo escrito el guión.

Ya estáis preparados para conectaros al canal. Sabed que, al igual que en otra red social, podéis dejar comentarios y evaluar mis cortos. No estáis obligados, pero las críticas son muy importantes. De verdad. De hecho, en la NYFA nos obligan a hacer proyecciones en público para que nos vayamos acostumbrando a que “el espectador siempre tiene la razón”. Aquí no vale eso de “yo, en realidad, quise contar una cosa que sólo yo entiendo”. Si nadie lo pilla es que lo has hecho mal. Y punto.

Espero que os haga ilusión:

www.youtube.com/user/pablogomezcastro

El reparto y la brevedad

En este matrimonio que vienen siendo Pablo y Julia, como en todas las asociaciones eficientes, hay un reparto de tareas tácito. Es algo que nunca se estableció explícitamente y que rara vez se menciona pero que ha ido sedimentando con el tiempo de forma tan imperceptible como irreversible. Hasta que un día te preguntas ¿Por qué él nunca compra el tabaco que fumamos los dos? ¿Por qué no fríe ella las patatas? Bien que las come con fruición cuando están hechas. Todas las preguntas tienen una respuesta, normalmente irracional. Por ejemplo: “porque mi inconsciente sigue convencido de que, si no compro tabaco, estoy un paso más lejos de tener cáncer de pulmón”; o “porque ella se enzarza en batalla sin cuartel con el aceite caliente saltarín”. Pero la respuesta real es otra y siempre la misma: porque a ti te da pereza y el otro lo hace antes. No necesariamente mejor ni más rápido, sino antes. Se te adelanta porque le sale de forma natural. Así, por ejemplo, Pablo se encarga de cambiar las bombillas cuando se funden y Julia se encarga de este blog. Lo que queremos deciros con esto es que asumo toda la culpa en el retraso de las entregas y en la pesada longitud de éstas cuando las entregas llegan.

Hoy seré breve.

Se va acercando diciembre y aún no pasamos frío: hoy hemos tenido máximas de 19 y mínimas de 11. Sin embargo, Pablo gusta de pasar frío en previsión, por lo que, de vez en cuando, se estremece pensando en el frío que hará en enero.

Somos muy felices pero comemos bastante peor de lo que solíamos. Esto se debe en parte a que ya no tenemos Thermomix (carraspeo impertinente). También se debe a que no sabemos cómo se dice “tapa plana” (la carne necesaria para los rollitos de carne rellenos de sobrasada y apio, receta estelar de mi madre), a que no hay puntas de calamar congeladas tan baratas como las de La Sirena y a que casi todo es carísimo.

Mientras Julia escribe esto, Pablo está alquilando un disfraz de pollo para el corto de su amigo Marcio.

Tras cuatro meses de espera y suspense, Julia ha tenido noticias por fin de la beca Fulbright del Ministerio de Cultura. Ha sido preseleccionada y el 4 de diciembre tiene una entrevista eliminatoria en Madrid. Después de eso, quién sabe cuántas semanas de mayor espera y suspense. A cambio, aprovechará su visita para veros a muchos de vosotros.

Se acerca el cumple de Pablo: 30-N.

El otro día, Nina nos invitó a una cena tipo Acción de Gracias en casa de su hermana. Thanksgiving es el día 26 (el cuarto jueves de Noviembre) pero ya la semana pasada comimos pavo con salsa de arándanos, puré de boniato, mazorcas de maíz y otros manjares típicos de estas fechas.

A pesar de las batallas administrativas emprendidas, para la New York University, Julia sigue apellidándose Sontana.

Gracias a Isa y Jesús, ya somos suscriptores de la Time Out.

Aquí ya han empezado las Navidades.

Los Angeles – segunda (y última) entrega

El sábado nos despertamos al olor de las ricas tortitas que había preparado Marga y que, con la hospitalidad que la caracteriza, había defendido ferozmente de sus hijas para que nos dejaran alguna. Desayunamos y nos metimos en el coche rumbo a Universal Studios, donde está el campus de la NYFA en el que Pablo estudiará el año que viene.

A la luz del día, Los Angeles resulta aún más enigmática. Es sorprendente, por ejemplo, que haya tantas tiendas de cosas que no parecen de primera necesidad: disfraces, lanchas, flores. También hay mucho salón de bronceado, peluquerías caninas, consultas médicas, bares de copas y tiendas de artículos usados, siendo este último término el único criterio que aúna su contenido: cazadoras usadas, lápices usados, libros usados, jarrones usados. A cambio, se ven pocas fruterías, farmacias, supermercados y ferreterías. A cada rato, ves un cartel de “se alquila para rodajes”: puede ser un descampado, un coche, una nave industrial, un bar, un caballo o hasta una persona. A todo esto, hay que añadirle que, como era Octubre, no había casa, tienda ni local sin decoración Halloweenesca. ¿Pues no os queréis creer que las calabazas son lo de menos? Quién más quien menos tiene un gato negro de plástico con su lomo erizado y todo, sombreros de bruja (o brujas enteras), escobas, arañas, fantasmas y (no os lo perdáis) telarañas (de poliéster, imagino) que se cuelgan como guirnaldas del rincón más insospechado: verjas con telarañas, estanterías con telarañas, bugambillas con telarañas. En Nueva York lo de las telarañas es peor todavía porque aquí no se sabe si son de poliéster o de no limpiar nunca. Por cierto que prometo nueva entrada para Halloween; fue espectacular.

Salvo cuatro rascacielos repartidos al tuntún en lo que han tenido a bien denominar “downtown” (pero que no es el centro de la ciudad ni mucho menos), los edificios son bajos y parece que los han construido sin habérselo comentado a ningún arquitecto: pequeñas naves industriales distintas unas de otras sólo por el cartel de la fachada, que a su vez sólo se distingue del resto de paredes porque es la que da a la calle.

Atravesamos el paseo de la fama y, si no llega a ser porque Pablo se fijó en las estrellas de la acera, no nos hubiéramos enterado de que era ni paseo ni famoso. Al poco rato, pasamos por delante del teatro Kodak, ése en el que se celebran los Oscars cada año. Quedamos pasmados ya no por lo hortera que es (para los jeroglíficos gigantes ya estábamos preparados), sino por lo cutre y lo arrinconado que está. Lo comparamos con la imagen mental que tenemos de la llegada de las estrellas a la alfombra roja la noche de los Oscar y llegamos a la conclusión de que deben de acordonar y enmoquetar un buen trozo de calle, así como construir un montón de chiringuitos de prensa para que aquello luzca como luce. Si no, no se explica.

Ingenuos de nosotros, habíamos salido de casa pensando que unos estudios tan grandes y famosos no podían ser difíciles de encontrar. No nos faltaba razón: guiados por el famoso cartel de Warner Bros y esos depósitos de agua que hemos visto mil veces en el cine, dimos con Universal Studios en seguida. El problema fue que encontrar la NYFA allí dentro era lo más parecido a buscar una aguja en un pajar. Cuando ya la habíamos encontrado por nuestros propios medios (el sofisticado método de preguntar que por dónde es), vimos un cartel indicativo que se diría puesto a pitorreo, ya que verlo era mucho más difícil que dar con la propia escuela. La nifa de allí nos pareció pequeña pero muy bien equipada. Lo mejor de todo es que alquilan los platós de la Universal para sus estudiantes, así que Pablo rodará sus cortos en un auténtico pueblo de cartón-piedra, con su salón del Oeste, su iglesia, su pozo, su plaza, su fuente y su un montón de sitios en los que nunca se te hubiera ocurrido ambientar un corto.

Tras una parada en casa para reponer fuerzas, visitamos el campus de UCLA, que es exactamente como te imaginas que tiene que ser el campus de una universidad americana: ajardinado, enorme y casi hasta elegante. Luego, nos acercamos hasta USC pero, como ya era tarde y de noche, no vimos gran cosa.

Esa noche salimos a cenar con Ricardo, un compañero de beca que está estudiando cine en Pasadena, y con Arturo y su mujer, Mónica. Arturo es un chico de Madrid que acaba de empezar el Peter Stark, el Master en el que Julia quiere entrar el año que viene. Después, copas sorprendentemente baratas (será que ya nos estamos acostumbrando a los exorbitantes precios de NYC) en un local “cubano” en el que la especialidad de la casa eran las margaritas (esta pobre gente tiene un cacao con lo latino…)

Domingo. Pablo vuelve esta noche a casa pero el día nos cunde que no veas. Por la mañana, trabajamos en casa y a la tarde cogemos el coche otra vez. Subimos a Mulholland Drive que, además de una película, es una carretera de ésas que se encaraman a las montañas. Damos con un mirador y desde allí atisbamos, por fin, las famosas letras de HOLLYWOOD. Menos mal, porque a punto estuvo Pablo de marcharse con el disgusto de no haberlas visto. Luego quedamos con Begoña, que hizo el Peter Stark hace unos años y ahora está trabajando en Los Angeles, por lo que está aconsejando a Julia con el proceso de admisión. Entre bocado de tarta y bocado de tarta, Begoña va soltando sus consejos. Una tarde muy productiva.

A eso de las ocho, a pesar del calor, Pablo se calza las botas de invierno y Julia le lleva al aeropuerto. Nos damos cuenta al despedirnos de que es la primera vez que vamos a pasar tres días separados desde… no sabemos desde cuándo.

Lunes. Mientras Pablo amanece en Nueva York habiendo dormitado en el avión, va para casa, duerme otro rato, imprime sus deberes, se ducha y se dirige diligente a la escuela, Julia visita el campus de USC (la universidad que imparte el Peter Stark) guiada por Arturo. USC, la University of Southern California, tiene un campus inmenso en el que están las distintas escuelas: entre otras, la de Cine, que es donde quiere entrar Julia. Un paréntesis. El sistema universitario americano tiene sus particularidades. Resumiendo mucho, digamos que por un lado está la universidad y, por otro, las distintas escuelas que ésta alberga, que vendrían siendo el equivalente de lo que en España denominamos facultades. La mayor diferencia no está en la denominación, sino en que las escuelas operan con mucha autonomía. Para que os hagáis una idea, cuando solicitas acceso a un Master o a cualquier grado, te diriges por un lado a la Universidad y, por otro, a la escuela. Es esta última la que toma el 90% (cuando no el 100%) de la decisión, pero tú tienes que hacer el papel frente a las dos y a cada una tienes que venderle la moto que quiere comprar. Es curioso.

El campus de USC está lleno de jardines y paseos pero, comparado con el de UCLA, resulta bastante feo, más que nada porque los edificios son así como ochenteros. Los edificios de la escuela de cine establecen un gran contraste: son nuevos (de hecho, hay dos que no estarán listos hasta el año que viene) y se alzan con toda la pompa que puede esperarse de una facultad de cine en Hollywood. Debido a mis escasos (qué digo escasos, quiero decir nulos) conocimientos de arquitectura, me resulta difícil describirlos pero os diré que me remitieron a un decorado de película muda ambientada en Babilonia. Arcos, pérgolas, palmeras. Ésas son las tres imágenes que me vienen a la cabeza cuando intento recordarlo.

Al día siguiente, tuve mi entrevista en USC, el motivo principal de nuestro viaje a Los Angeles. La verdad es que no fue nada del otro mundo. Estuve hablando una horita con uno de los dos personajes que deciden quién entra y quién no. Me pareció un tipo bastante soso, por lo que pensé que yo también debí de parecérselo a él. En mi opinión, nuestra conversación fue muy poco interesante y casi acabé haciéndole más preguntas yo a él que él a mí, más que nada porque me daba la sensación de que, si no preguntaba yo, la conversación languidecería hasta morir de aburrimiento. Como es lógico, salí de allí algo decepcionada. Eso sí, yo le había contado al señor todo lo que tenía que contarle (que estaba solicitando acceso a otras muchas escuelas, pero que ellos eran mi primera opción, que estaba en contacto con alumnos y exalumnos, que conocía bien el programa, que tenía muy claros mis objetivos profesionales, etc), por lo que mi conciencia quedó tranquila; yo había hecho todo lo posible para que el viaje me cundiera. Más tarde, comenté la jugada con Arturo y con Begoña y los dos convinieron conmigo en que las habilidades sociales del entrevistador eran escasas, así como en que su sosez era legendaria y en que no tenía que preocuparme. El tiempo dirá.

Después de la entrevista, fui a otra universidad que quería visitar y que está en Orange, un pueblo a unos 40 minutos (en coche, por autopista y sin perderse) de Los Angeles. Orange es el típico barrio de casas con jardín que parece que no conozca otra cosa que el cielo azul y el suelo soleado: verja blanca, perro y bandera americana en cada puerta. La escuela de cine de esta universidad también es nueva y las instalaciones son francamente impresionantes pero sus programas tienen menos prestigio que los de UCLA o USC; los profesores tienen menos solera y los exalumnos también. ¿Cómo se mide la solera? Como sabéis, en Estados Unidos todo es objetivable y cuantificado. He aquí un dato que pregona USC a los cuatro vientos: desde que se inauguró su escuela de cine allá por 1973, todos los años al menos uno de sus alumnos o exalumnos ha recibido una nominación al Oscar. Al menos uno cada año. Son muchos años, así que la escuela tiene su propia estrella de la fama. Y, como dice Steven Spielberg: si, un día, todos los exalumnos de la escuela decidieran tomarse el día libre, Hollywood quedaría paralizada. Por cierto que Spielberg solicitó acceso hasta tres veces a la escuela y no le admitieron nunca porque tenía una nota media de expediente muy baja. Ahora, el edificio principal lleva su nombre. Por mucho que se empeñen los yanquis, hay muchas cosas que no son cuantificables. De hecho, nada de lo que importa lo es.

De vuelta a Los Angeles, compré un par de botellas de vino para Marga y Taylor y una tarta de chocolate para las niñas. Esa noche, mi última noche allí, salimos a cenar a un mexicano muy típico (típico de Los Angeles, no de México, claro): camareras ataviadas con falda larga, mandil floreado y camisola a juego; paredes llenas de cuadros con motivos folclóricos y decoración kitsch en general. Lo pasamos muy bien y, al llegar a casa, comimos tarta en la cocina. Me sentí como una más de la familia.

El miércoles por la mañana, mientras conducía hacia el aeropuerto ya sin necesidad de mapas, pensé que, con todo lo extraña que me había parecido Los Angeles, podría llegar a considerarla mi casa. Al menos, tanto como me lo parece ahora Nueva York: siempre que Pablo esté en ella.