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Habemus casa en Los Ángeles

El miércoles 14 de julio aterrizamos en LA con ganas de librarnos del calorazo neoyorkino y con la misión de encontrar una casa en cinco días escasos. Para nuestra sorpresa, el bochorno nos persiguió desde la costa este y, aunque hay que decir que los treinta grados centígrados son mucho más soportables allí que aquí, llegamos a una ciudad en la que todo el mundo nos decía “habéis traído el calor con vosotros; hasta ayer mismo estaba haciendo un fresquito…” Vayapordios.

Nos alojamos en casa de Angelica, la productora de los dos últimos cortos de Pablo, compañera de clase, muy maja y negra para más señas. Ella vive en un apartamento en Sherman Oaks, que es un barrio de la San Fernando Valley. Se nos hace imposible explicar la distribución de LA sin resultar harto cansinos pero, a grandes rasgos, digamos que LA está dividido de Este a Oeste por las colinas en las que se encuentran las famosas letras de HOLLYWOOD: al Norte, San Fernando Valley, que viene siendo el extrarradio; al sur, Hollywood, Bel Air, Beverly Hills y esos barrios que nos suenan por las pelis y las series de televisión; Santa Monica y el resto de playas hacia el Oeste; y, más al Sur, Downtown (que de centro no tiene nada más que el nombre). El campus de la NYFA (donde estudiará Pablo) está en Universal Studios, es decir, pegado a la cara norte de las colinas. El campus de UCLA (donde Julia) está al sureste de las colinas. Así que la cosa era encontrar algo que estuviera a medio camino, con la dificultad añadida de que, encaramados a las colinas (que sería lo que parecería estar entre NYFA y UCLA) sólo hay mansiones y coyotes, así que por ahí no podemos vivir.

Aterrizamos al más puro estilo Pablo y Julia, es decir, con un completísimo Excel de casas disponibles bajo el brazo, elaborado en los días previos a partir de búsquedas por Internet, dispuestos a ver tantas casas como fuera humanamente posible y decididos a encontrar el lugar ideal o morir en el intento. Alquilamos el coche más barato con el que fuimos capaces de dar y nos dedicamos a visitar unas ocho casas por día. Al caer el sol, llegábamos a nuestro provisional hogar en el extrarradio (donde Angelica nos cuidó estupendamente), nos conectábamos a Internet y nos dedicábamos a buscar más casas y a atar citas con los dueños para el día siguiente. Nos acostábamos pronto porque había que madrugar: en pie a toque de pito a las ocho de la mañana, cómprate un café en Starbucks y desayuna mientras conduces (que para eso los coches llevan portavasos) por la 405 freeway (una autopista que cruza la ciudad de Norte a Sur por el Oeste) en dirección a la zona donde buscábamos casa.

Al principio, nuestro radio de acción era muy grande pero poco a poco fue reduciéndose a medida que íbamos viendo que había muchos barrios horrendos. A ritmo de unas ocho visitas al día, el jueves por la mañana vimos una que nos gustó mucho (la llamaremos “la de los gays”) y el viernes vimos otra que nos enamoró (la llamaremos “la de Joe”). La de Joe era nuestra primera opción y, la de los gays, nuestra segunda. Pero no sólo de que a ti te guste la casa trata el asunto; también tú debes gustarle a su dueño.

Resultó que los gays quedaron enamorados de nosotros (y nosotros de ellos) y encantados de alquilarnos su apartamento, que era el piso de arriba de la casa que tienen en su jardín trasero, una vivienda de dos habitaciones, bastante grande, muy tranquila y con una cocina enorme y muy, muy bonita. El apartamento tenía acceso a un jardín apto para organizar cenitas pero compartido con los dueños y con los vecinos de abajo. En cambio, Joe (el dueño de nuestra casa favorita) se mostró muy contrariado con eso de que no tuviéramos número de la seguridad social americano porque eso implicaba que no podía verificar nuestra solvencia económica y tuvimos que vérnoslas y deseárnoslas para convencerle de que, a pesar de ser inmigrantes, como inquilinos somos de lo más apañados y tenemos los suficientes posibles como para poder pagar el alquiler. Mientras los gays nos hacían rebajas y más rebajas y nos invitaban a su casa a tomar café para que nos quedáramos con su apartamento (agradable y grande pero no tan mono como el de Joe), nosotros intentábamos no quemar esa carta mientras en paralelo tratábamos de convencer a Joe de que tenía que alquilarnos su casita. Finalmente, tras haberle enviado un explícito mail de los nuestros en el que hacíamos gala de nuestras becas y de nuestro savoir faire maquetando documentos Word, el domingo tuvimos una reunión con Joe y con su hermana (son una familia siciliana así que todo lo que les rodea es muy… siciliano) en la que les convencimos de que éramos los candidatos ideales. Tras una negociación de CUATRO horas, en la que Joe no dejaba de contar anécdotas que enseguida dejaron de resultarnos interesantes y en la que comprendimos que el señor no entendía nuestro sentido del humor, firmamos el contrato, pagamos el depósito y el primer mes y, por fin, ya tenemos casita.

Nuestra / vuestra vivienda en LA está al oeste de West Hollywood (que es un término municipal en sí mismo), lindando con Beverly Hills, al final de una calle sin salida, por lo que es muy tranquila. La casita está escondida, a unos cuantos metros de la calle (espacio en el que podemos aparcar un coche) y oculta tras una puerta de madera. Al cruzar ese umbral: a tu derecha, una pergolilla con su mesa y sus sillas de jardín y, al frente, cuatro o cinco escalones que suben hacia la entrada principal. Al entrar, un salón y, al fondo, la cocina, abierta. Todo muy luminoso; casi hay más puertas y ventanas que suelo y paredes. A la izquierda, un dormitorio grande, un baño y un pequeño cuarto que creemos poder habilitar como despacho y cuarto de invitados (cosa que exigirá que nos devanemos los sesos, pongamos Ikea patas arriba y tengamos largas discusiones). Detrás, una terraza cubierta ideal para poner un comedor de exterior que, con el benigno clima de Los Ángeles, debería ser útil durante prácticamente todo el año. La casa está sin amueblar y tiene algunos toques horteras (una especie de estucado veneciano, algunas molduras que son demasié, lámparas de techo feotas…) pero creemos que podremos arreglarlo a base de Ikea, alguna ganga de anticuario y un poco de picardía. Por lo demás, está perfectamente equipada (cocina estupenda, lavadora, secadora, nevera tamaño americano) y, además, tiene un jardincito lateral en el que estamos barajando poner una hamaca y/o un pequeño huertecillo.

Ya hemos abierto cuenta de banco en el Citibank del barrio y empezado a estudiar el catálogo de Ikea (que, por otra parte, a estas alturas ya nos sabemos de memoria). Nuestras escasas pertenencias están casi todas en Los Ángeles: sólo faltan un par de cajas que embalaremos en los próximos días y le enviaremos a Joe, que trabaja desde casa y será el típico dueño-vecino-pesado-pero-qué-cómodo-que-estés-al-lado-por-si-se-nos-estropea-algo. Por contrato, ha de avisarnos con 24h de antelación antes de venir y parece ser el tipo de persona que sigue las normas a rajatabla así que no nos preocupa que esté todo el día en casa como piojo por costura. Lo que sí sabemos es que comentarle cualquier cosa, por breve y anecdótica que sea, implicará tener una conversación en toda regla porque es de ese tipo de gente que no pilla los “Bueeeeeno”… “Pues lo dicho”… “Hm, hm, sí, ya si eso lo vamos hablando”. La única forma de escapar de él cuando te pilla por banda y empieza a enrollarse como una persiana es decir que sí a todo mientras vas alejándote de él poco a poco, casi imperceptiblemente, hasta que por fin estás tan lejos que ya no puede gritar más para que le oigas, y entonces aprovechas una pausa en su discurso para escabullirte como una veloz lagartija a la fuga, que puedes disimular con un “Okay, see you around, bye!”

Ya estamos a punto de comprar los billetes para Espain. Aterrizaremos en Madrid o Barcelona el 30 de julio como muy tarde. En cuanto le demos los últimos retoques al corto (del cual llevaremos una copia bajo el brazo), haremos una cenita para despedirnos de esta ciudad que nos ha acogido tan maravillosamente bien y dejaremos Manhattan con sus rascacielos, sus repentinos cambios de humor y sus turistas en asfalto recocidos. Ay, qué ganas de España y qué ganas de California.

Una "gran" noticia

"El Gran Vázquez", la peli con la que Julia ha dado tanto la tabarra porque trabajó en ella cuando estaba en Distinto, ¡Está seleccionada para la Sección Oficial del Festival de Cine de San Sebastián! No os imagináis la alegría y la ilusión que nos hace. Tenéis que ir a verla cuando se estrene, ¿eh?

Desde la T-1

Al habla Julia desde el aeropuerto de Barcelona, mientras a su lado una chica de Salt Lake City le cuenta a un matrimonio de Florida las bondades de “Ouviedou, near Hihoun” (Oviedo, cerca de Gijón). La señora no se hace una idea de dónde está la ciudad. Estoy por intervenir y decirles que es donde Javier Bardem se tira a Scarlett Johansson en la peli de Woody Allen ya que de otra forma no creo que se desempaten (a juzgar por los comentarios que intercambian, la de Salt Lake City y los de Florida tienen mapas mentales de España de lo más estrambóticos y que, además, no casan entre sí).

A todas éstas, Julia espera la llamada de embarque al vuelo que me lleva de vuelta a NY, donde emprenderemos por fin la mudanza a LA.

Como algunos ya sabéis, Julia ha estado unos días en Madrid y Barcelona. Fue a la concentración de becarios Fulbright y a sacarse el visado que le permitirá estar en EE.UU. como estudiante por derecho propio y no como consorte. El Embajador de EE.UU. en Madrid, un empresario judío recién estrenado en el puesto (Obama lo nombró a principios de año), nos invitó a una recepción en su casa, donde conocimos a su señora esposa y a su caniche. No, no hubo Ferrero Rocher; resultó que era una barbacoa a base de hamburguesas y hot dogs, que para una servidora resultó una gran desilusión pues una llegaba con ganas de comer jamón, queso, tomate, aceite, tortilla y esas cosas. Después de comer, entramos a la embajada, que viene siendo como la trastienda de la residencia del embajador. Allí nos hicieron los papeles en un momento. De hecho, habían cerrado la embajada para nosotros (unos cuarenta becarios). Todo muy práctico, la verdad. Y, desde luego, mucho más sencillo que el año pasado, cuando Pablo y Julia fueron en modo plebeyo.

El miércoles, Julia llegó a Barcelona a las 23:59 de la noche (salió de Sants en plena traca sanjuanera) y ha estado por aquí unos días muy tranquila. A los que no he visto, no os preocupéis; Pablo y yo volvemos en unas cuantas semanitas. Nos vemos entonces.

Del rodaje del último corto (“Detour” o “How to Rock a First Date”), ya habéis visto alguna noticia por Facebook o en este blog. La verdad es que fue durillo, básicamente porque, además de los imprevistos que son previsibles en cualquier rodaje, sucedieron tres imprevistos que, más que imprevisibles, tenían poca solución posible:

a) Una semana antes de empezar a rodar, con el guión ya en su versión definitiva, habiendo ensayado con los actores y con el plan de rodaje cerrado, nos enteramos de que no podríamos rodar más que cuatro horas al día con luz de noche. Esto, en un corto en el que casi todo tenía que suceder por la noche, supuso un problemón. Cambiamos buena parte del guión, rehicimos los horarios de rodaje, renegociamos los permisos de rodaje y demás pero ya empezamos con el pie cambiado.

b) El segundo día, tuvimos que cancelar el rodaje por lluvia. Cuando tienes seis días de rodaje, que te quiten uno es un gran trastorno. Vuelta a recortar el guión, rehacer el plan de rodaje y procurar que aun así la historia tuviera sentido. Además, como no cancelamos hasta el último minuto (cuando Pablo y Julia ya estaban en el set, calados hasta los huesos), perdimos horas de descanso y de trabajo. De vuelta a casa, en la furgoneta, conduciendo Pablo y a puntito de cruzar el puente de Williamsburgh en nuestro periplo de Queens a Manhattan, a Pablo le dio un ataque de pánico (sí, sí, aquello de hiperventilar y creer que te vas a morir). No fue gran cosa porque enseguida identificamos que se trataba de un ataque de ansiedad, por lo que teníamos claro que no era peligroso y que se pasaría solo, más tarde o más temprano. Pero eso os da una idea del nivel de estrés que llevábamos.

c) El último día, cuando había que rodar todos los planos del coche de la protagonista pasando de largo, frenando, dando la vuelta y otras cosas que son cruciales para que se entienda la historia, el Chrysler, que llevaba desde el año 63 funcionando sin dar un ruido, decidió que hasta ahí había llegado.

De todo se aprende y para eso hemos venido así que tampoco es tan trágico. Sin embargo, hubiéramos preferido haber aprendido un poco menos para a cambio haber acabado con un corto algo mejor. Ahora estamos trabajando en la postproducción (el montaje es complicado y lleno de efectos, así que llevamos semanas currando con el editor). Esperamos tenerlo acabado para finales de julio y poder volver a España con alguna copia en DVD bajo el brazo.

El otro corto, “Department of Homeland (in)Security” (también conocido como “el de la inmigración”), sigue su periplo por festivales de quinta categoría. De momento, vamos a Long Island y a Flagstaff, una bonita población en Arizona. Como algunos sabréis, en Arizona han propuesto una ley según la cual las autoridades tendrán derecho a pedirle los papeles a cualquiera que vaya por la calle, sin más excusa que la de comprobar si su situación está en regla. Para protestar contra esta medida, el festival ha hecho una sección especial para cine relacionado con la inmigración y ahí hemos entrado nosotros, gracias a un amigo que nos dio el chivatazo (gracias, Guille). También nos han ofrecido pasar el corto en Hollyshorts, un festival de cortos que tiene lugar en Hollywood y que está muy bien. Sin embargo, no hemos conseguido acceder a lo que sería la “sección oficial”; nos dicen los programadores que nos hemos quedado muy cerca y que por eso nos ofrecen pases alternativos.

Por lo demás, somos la purria de los festivales, las raspas de los cortometrajistas, la escoria del cine amateur, los apestados del circuito de festivales; nos han dicho que nos peinemos en cuatro festivales (y los que quedan). Además, el rechazo siempre va acompañado del típico “Este año hemos recibido más cortos que nunca y esto ha hecho que nuestra tarea de seleccionar los mejores haya sido más difícil que nunca, de verdad”. Que te dan ganas de contestar “Hombre a ver, dificilísimo es conseguir que un chimpancé interiorice la teoría de la Relatividad; seleccionar unos cuantos cortos decentes de todos los que os llegan no puede ser tan inmensamente complicado”. Pero claro, qué te van a decir. Nosotros, si alguna vez dirigimos un festival, enviaremos cartas de rechazo más honestas: “Éste es un comunicado genérico para todos los que no habéis entrado en la selección, así que sinceramente no sabemos si tu corto era de los que casi han entrado o de los que ni hablar del peluquín.”

Nuestros planes a corto plazo son:

- Seguir buscando casa en LA a través de Internet.

- Recibir a Marta, una amiga que viene a quedarse unos días en NY.

- Viajar a LA a reconocer el terreno in situ.

- Comprar billetes para ir a España desde finales de julio hasta mediados de agosto.

- Vaciar el loft del East Village, que, en principio, será una tarea bastante sencilla ya que el dueño nos compra todos los muebles y trastos que compramos en su día para el pisín.

- Mantener este blog más al día de lo que lo hemos mantenido en las últimas semanas.

Aquí lo dejamos, que nos llaman a embarque.