Esta semana, Julia sustituye a la assistant de Ed en Pressman. No es que desconozca la palabra secretaria, o asistente, es que tengo la sensación de que ser “assistant” es algo intraducible. Sostengo que tener un “personal assistant” te hace peor persona. Porque, la verdad, no se me ocurre ninguna forma moralmente correcta de pedirle a alguien que haga por ti algo que tú podrías hacer perfectamente, pero que no haces porque para eso le pagas una miseria y alimentas su esperanza de que esa humillación le sirva para formarse y llegar, algún día, a delegar tan bien como tú.
El lunes casi no hubo trabajo porque era Yom Kippur, que creo que significa “expiación” en hebreo. Es un día en el que los judíos hacen examen de conciencia, ayunan (o deberían ayunar) y luego des-ayunan a lo grande. Vamos, que es el “año nuevo, vida nueva y a la vejez viruelas” de los judíos. Como Mr. Pressman es más judío que ninguno (tan judío, tan judío, que a veces se marea de lo judío que es), pues ese día lo pasó en uno de los templos más “in” del Upper East expiando con otros judíos ricuelos como él. Aunque creo yo que tampoco expiarían tanto, porque a las cuatro tenía un des-ayuno morrocotudo en el club de campo o equivalente neoyorkino. Con tanto expiar y comer y felicitar el año a la élite casi no tuvo tiempo para dar la tabarra, así que por la oficina estuvo todo bastante tranquilo.
Pero el martes empezó el nuevo año judío. Y el infierno.
Jen se había ido el viernes anterior a Taiwan a enterrar a un abuelo. Mal pensada como soy, cuando me lo dijo se me ocurrió que cómo podía ella haber sabido con tres semanas de antelación que se iba a morir el señor, pero no, no es que lo hayan matado para montar unas vacaciones familiares, es que resulta que en Taiwan los funerales duran un porrón de días, que es algo muy práctico si tienes prole viviendo allén de los mares, porque entre que te entierran y no te entierran tu desperdigada descendencia tiene tiempo de comprar los billetes de avión, apañar una becaria sustituta y hacer la maleta.
Total, antes de irse para Taiwan, Jen me enseñó cuatro cosas. Cuatro: cómo enviar faxes, cómo conectar conferencias telefónicas, cómo pasarle llamadas a Ed y cuál es el protocolo a seguir cuando Ed te dicta un email que has de enviar en su nombre. En vista de tan escaso entrenamiento, y de que me dejó muy claro que Jason (su homólogo en la oficina de Los Angeles) se encargaría de todo, a mí me quedó la idea de que no se esperaría de mí más que lo justito. Pero pasó lo que suele pasar en estos casos: que la china se fue sin dejar claro a sus jefes y compañeros que su sustituta no era ella. Debo decir en su defensa que esa aclaración no debería haber sido necesaria, porque nos parecemos como un huevo a una castaña, pero se ve que sí, que tengo cara de china, porque estoy currando como tal y engañada como una misma.
El problema fundamental es que hace mucho tiempo que Ed y todo su séquito perdieron el norte. Hay tanta gente pendiente de todo que al final el sistema no es nada operativo. Por ejemplo, los mails van con copia a todo el mundo, por lo que es corriente que Ed te encargue algo y, para cuando vayas a hacerlo, te encuentres con que ya está en ello su mujer, o con que otra persona ha decidido que no hacía falta pero no lo ha notificado a todo el mundo a quien inicialmente se envió el mensaje de inicio de gestión. Obviamente, a la gente con quien trata Ed le pasa lo mismo. Así, puede ser que yo llame a la oficina de Menganita para concretar con su assistant una hora conveniente para una llamada, y que paralelamente el tal Jason haga lo mismo, y que nuestras llamadas no se crucen jamás porque Menganita también tiene dos (o más) assistants, todos muy eficientes pero mal coordinados entre sí. Son todos tan estupendos y tienen tanta iniciativa y capacidad resolutiva que forman un auténtico bucle de gestiones sin fin. Es el caos de la eficiencia: por cada reserva, hay un par de anulaciones y una nueva reserva; por cada cita, tres cambios de sitio y ocho llamadas entre distintos assistants; por cada llamada, tres cruces de línea telefónica. Yo, ayer, sin comerlo ni beberlo, me llevé un grito de Mr. Ed – precisamente, por haber sido eficiente y haber hecho lo que se me pedía. Me dijo, entre otras cosas, que aquello parecía un circo, y yo le contesté que, en efecto, francamente, it was quite a circus. Quedó muy perplejo de que me mostrara tan fríamente de acuerdo con él, pero es que de verdad que allí sólo faltan los trapecistas. Parte del circo se solucionaría desentramando esa maraña de interdependencias, es decir, si cada uno hiciera por sí mismo lo suyo y no se dedicara a delegar tareas que tardan más en delegarse que en hacerse. Pero ése no es el único problema.
Un gran obstáculo es que Ed no habla, sino que balbucea. Entre sus palabras siempre hay grandes silencios y rara vez termina y empieza las frases: normalmente opta por o bien empezarlas, o bien terminarlas. La mayor parte de las veces, emite un sonido monótono tipo aaaaeeeeeaaaaa y entre medias suelta algún sustantivo y algún que otro verbo que espera se conviertan en un mensaje con sentido al otro lado de la línea. Cuando construye una frase completa, casi siempre acierta con el orden de los elementos de la frase (sujeto, verbo y complementos). Por ejemplo: “Fulanito me envió un mail ayer”. Pero rara es la ocasión en que logra ordenar las frases para construir un discurso claro. Por ejemplo: “No lo encuentro. Sugería un vuelo charter que era más barato. Sobre el jet privado de Charlie Sheen. Fulanito me envió un mail ayer.” O sea: ¿Puedes por favor buscar en mi buzón de correo un mail que me envió ayer Fulanito en el que sugería para Charlie Sheen un vuelo charter más barato que el jet privado? Además, tiende a omitir la información importante y a repetir muchas veces lo que es irrelevante y se deduce por contexto. He aquí un caso que me viene a la mente: “Tienes que llamarla usando el teléfono”. Ya, pero a quién.
Sentí un gran alivio cuando me di cuenta de que el problema no era yo, ni la cobertura, sino que el hombre habla así. Lo descubrí cuando estaba tomando notas de una llamada que estaba manteniendo Ed con un productor británico. Este último era el típico británico que de tan educado se vuelve entusiasta, de esos que dicen “Fantastic” así con mucho énfasis, pronunciando mucho las consonantes (FanTasTiK) a cualquier bobada. Por ejemplo, tú le dices: “Le paso”. Y él “Fantastic!”. Y tú, “Ya están conectadas las llamadas”. Y él “Wonnnderful!”. Pues bien, este señor no le entendía nada a Ed. Cada tanto le decía “Aha, aha. Bueno, pues a ver si me aclaro. Entonces, lo que tú sugieres es que hagamos esto y aquello”. Gracias a las lúcidas intervenciones del entusiasta pude resumir la conversación que de otro modo hubiera sido indescifrable. Se me escapaba la risa cada vez que Ed dejaba que la conversación se estancara en uno de sus eternos silencios y se oía al británico preguntar si seguía ahí.
A todo esto se suma que yo no tengo información. Por ejemplo, tardé 15 minutos en entender que ese nombre que pronunciaban el británico y Ed tan a menudo durante aquella conversación no era ni más ni menos que el de Godard (y un minuto en intentar recordar si el hombre había muerto, luego me di cuenta de que no, que quienes estaban muertos eran Bergman y Antonioni). A punto estuve de interrumpir para tranquilizarles (estaban muy preocupados porque Godard no les había devuelto una llamada) y decirles que no era desidia sino muerte.
Yo pensaba que esta desinformación podría solucionarla aprendiéndome la cartera de proyectos de Pressman y tirando de Google, de la agenda de contactos de la assistant y de algo de picardía. Pero qué va: la cartera de Pressman es infinita e incógnita (lo que viene en la página web no es más que una muestra) y su agenda de contactos tiene más de 9.000 nombres. Obviamente, mi picardía no da para tanto.
La gran incógnita es si este señor ha llegado tan lejos a pesar de ser así, si lo ha logrado precisamente gracias a ese carácter tan extraño que los demás han tomado por rasgos de genio o si, al llegar a la cima, ha perdido las facultades que le permitieron alcanzarla y ahora esté en la cumbre cual cabra vieja a la que ya no le dan las rodillas para bajar (¿Las cabras tienen rodillas? Un asunto a investigar).
Bromas aparte, ahora mismo veo esto con mucha distancia y, al margen de algún que otro arranque (reprimido, por supuesto) de impotencia, me regocijo en el desmadre que veo a mi alrededor pero temo que llegue el día en que yo sea una de esas personas que, de tanto delegar funciones, ha dejado de funcionar.
Por otra parte, el lunes la jefa de desarrollo por fin me comentó los informes que he estado haciendo estas semanas. Se disculpó por no haberme dado respuesta antes, me dijo que le parecían muy buenos y me pidió unas notas más detalladas sobre el primer guión que analicé. No hizo ninguna crítica, cuando le pedí que profundizara, me dijo “No tengo comentarios, es obvio que sabes lo que estás haciendo, sigue así”. ¡Bien!
Además, el jueves estábamos liadas con una gestión cuando me dijo que era muy buena (“You are so good”, no sé bien cómo traducirlo) y que menos mal que estaba ahí, que estaría de los nervios si no fuera por mí. No es humildad si os digo que no supe qué contestar porque en verdad me sentía como un elefante en una cacharrería. Antes de que me fuera esa tarde para casa me repitió que les había sido de gran ayuda y no lo dijo como lo había hecho otras veces, en plan cortés (“Bye, Julia, thank you for your help today. See you tomorrow.”), sino como si realmente lo agradeciera. También fue muy reconfortante una conversación que tuve con Jason, el assistant de la oficina de LA. Pasó lo siguiente: Ed me llamó diciéndome que el servidor le había rebotado un mail que había enviado a Sutano, yo le dije a Ed que llamaría a la oficina de Sutano para solucionarlo, colgué y, mientras estaba hablando con Sutano y tomando nota de una dirección de mail alternativa, me llegó un mail de Jason en el que me pedía que hiciera lo que justamente estaba haciendo. Colgué, reenvié a Sutano el mail a la dirección alternativa, le llamé para asegurarme de que le había llegado y entonces Sutano me dijo que Ed acababa de llamarle para contarle por teléfono lo que le había escrito en el mail. Como es lógico, me mosqueé y le dije a Jason: “Pero bueno. ¿Para qué me pide que lo haga yo si luego va y lo hace él?” Y Jason me contesta “Bienvenida al mundo de trabajar para Ed. Éste es su modus operandi habitual”. La verdad, me sigue pareciendo que es un desatino (qué pérdida de tiempo, esfuerzo y talento) pero me alivió saber que no lo hacía sólo conmigo porque no se fiara de mí, sino que es su modo de proceder habitual. Suspiro. Cuánta paciencia gastamos en gente que ni nos va ni nos viene.
El lunes casi no hubo trabajo porque era Yom Kippur, que creo que significa “expiación” en hebreo. Es un día en el que los judíos hacen examen de conciencia, ayunan (o deberían ayunar) y luego des-ayunan a lo grande. Vamos, que es el “año nuevo, vida nueva y a la vejez viruelas” de los judíos. Como Mr. Pressman es más judío que ninguno (tan judío, tan judío, que a veces se marea de lo judío que es), pues ese día lo pasó en uno de los templos más “in” del Upper East expiando con otros judíos ricuelos como él. Aunque creo yo que tampoco expiarían tanto, porque a las cuatro tenía un des-ayuno morrocotudo en el club de campo o equivalente neoyorkino. Con tanto expiar y comer y felicitar el año a la élite casi no tuvo tiempo para dar la tabarra, así que por la oficina estuvo todo bastante tranquilo.
Pero el martes empezó el nuevo año judío. Y el infierno.
Jen se había ido el viernes anterior a Taiwan a enterrar a un abuelo. Mal pensada como soy, cuando me lo dijo se me ocurrió que cómo podía ella haber sabido con tres semanas de antelación que se iba a morir el señor, pero no, no es que lo hayan matado para montar unas vacaciones familiares, es que resulta que en Taiwan los funerales duran un porrón de días, que es algo muy práctico si tienes prole viviendo allén de los mares, porque entre que te entierran y no te entierran tu desperdigada descendencia tiene tiempo de comprar los billetes de avión, apañar una becaria sustituta y hacer la maleta.
Total, antes de irse para Taiwan, Jen me enseñó cuatro cosas. Cuatro: cómo enviar faxes, cómo conectar conferencias telefónicas, cómo pasarle llamadas a Ed y cuál es el protocolo a seguir cuando Ed te dicta un email que has de enviar en su nombre. En vista de tan escaso entrenamiento, y de que me dejó muy claro que Jason (su homólogo en la oficina de Los Angeles) se encargaría de todo, a mí me quedó la idea de que no se esperaría de mí más que lo justito. Pero pasó lo que suele pasar en estos casos: que la china se fue sin dejar claro a sus jefes y compañeros que su sustituta no era ella. Debo decir en su defensa que esa aclaración no debería haber sido necesaria, porque nos parecemos como un huevo a una castaña, pero se ve que sí, que tengo cara de china, porque estoy currando como tal y engañada como una misma.
El problema fundamental es que hace mucho tiempo que Ed y todo su séquito perdieron el norte. Hay tanta gente pendiente de todo que al final el sistema no es nada operativo. Por ejemplo, los mails van con copia a todo el mundo, por lo que es corriente que Ed te encargue algo y, para cuando vayas a hacerlo, te encuentres con que ya está en ello su mujer, o con que otra persona ha decidido que no hacía falta pero no lo ha notificado a todo el mundo a quien inicialmente se envió el mensaje de inicio de gestión. Obviamente, a la gente con quien trata Ed le pasa lo mismo. Así, puede ser que yo llame a la oficina de Menganita para concretar con su assistant una hora conveniente para una llamada, y que paralelamente el tal Jason haga lo mismo, y que nuestras llamadas no se crucen jamás porque Menganita también tiene dos (o más) assistants, todos muy eficientes pero mal coordinados entre sí. Son todos tan estupendos y tienen tanta iniciativa y capacidad resolutiva que forman un auténtico bucle de gestiones sin fin. Es el caos de la eficiencia: por cada reserva, hay un par de anulaciones y una nueva reserva; por cada cita, tres cambios de sitio y ocho llamadas entre distintos assistants; por cada llamada, tres cruces de línea telefónica. Yo, ayer, sin comerlo ni beberlo, me llevé un grito de Mr. Ed – precisamente, por haber sido eficiente y haber hecho lo que se me pedía. Me dijo, entre otras cosas, que aquello parecía un circo, y yo le contesté que, en efecto, francamente, it was quite a circus. Quedó muy perplejo de que me mostrara tan fríamente de acuerdo con él, pero es que de verdad que allí sólo faltan los trapecistas. Parte del circo se solucionaría desentramando esa maraña de interdependencias, es decir, si cada uno hiciera por sí mismo lo suyo y no se dedicara a delegar tareas que tardan más en delegarse que en hacerse. Pero ése no es el único problema.
Un gran obstáculo es que Ed no habla, sino que balbucea. Entre sus palabras siempre hay grandes silencios y rara vez termina y empieza las frases: normalmente opta por o bien empezarlas, o bien terminarlas. La mayor parte de las veces, emite un sonido monótono tipo aaaaeeeeeaaaaa y entre medias suelta algún sustantivo y algún que otro verbo que espera se conviertan en un mensaje con sentido al otro lado de la línea. Cuando construye una frase completa, casi siempre acierta con el orden de los elementos de la frase (sujeto, verbo y complementos). Por ejemplo: “Fulanito me envió un mail ayer”. Pero rara es la ocasión en que logra ordenar las frases para construir un discurso claro. Por ejemplo: “No lo encuentro. Sugería un vuelo charter que era más barato. Sobre el jet privado de Charlie Sheen. Fulanito me envió un mail ayer.” O sea: ¿Puedes por favor buscar en mi buzón de correo un mail que me envió ayer Fulanito en el que sugería para Charlie Sheen un vuelo charter más barato que el jet privado? Además, tiende a omitir la información importante y a repetir muchas veces lo que es irrelevante y se deduce por contexto. He aquí un caso que me viene a la mente: “Tienes que llamarla usando el teléfono”. Ya, pero a quién.
Sentí un gran alivio cuando me di cuenta de que el problema no era yo, ni la cobertura, sino que el hombre habla así. Lo descubrí cuando estaba tomando notas de una llamada que estaba manteniendo Ed con un productor británico. Este último era el típico británico que de tan educado se vuelve entusiasta, de esos que dicen “Fantastic” así con mucho énfasis, pronunciando mucho las consonantes (FanTasTiK) a cualquier bobada. Por ejemplo, tú le dices: “Le paso”. Y él “Fantastic!”. Y tú, “Ya están conectadas las llamadas”. Y él “Wonnnderful!”. Pues bien, este señor no le entendía nada a Ed. Cada tanto le decía “Aha, aha. Bueno, pues a ver si me aclaro. Entonces, lo que tú sugieres es que hagamos esto y aquello”. Gracias a las lúcidas intervenciones del entusiasta pude resumir la conversación que de otro modo hubiera sido indescifrable. Se me escapaba la risa cada vez que Ed dejaba que la conversación se estancara en uno de sus eternos silencios y se oía al británico preguntar si seguía ahí.
A todo esto se suma que yo no tengo información. Por ejemplo, tardé 15 minutos en entender que ese nombre que pronunciaban el británico y Ed tan a menudo durante aquella conversación no era ni más ni menos que el de Godard (y un minuto en intentar recordar si el hombre había muerto, luego me di cuenta de que no, que quienes estaban muertos eran Bergman y Antonioni). A punto estuve de interrumpir para tranquilizarles (estaban muy preocupados porque Godard no les había devuelto una llamada) y decirles que no era desidia sino muerte.
Yo pensaba que esta desinformación podría solucionarla aprendiéndome la cartera de proyectos de Pressman y tirando de Google, de la agenda de contactos de la assistant y de algo de picardía. Pero qué va: la cartera de Pressman es infinita e incógnita (lo que viene en la página web no es más que una muestra) y su agenda de contactos tiene más de 9.000 nombres. Obviamente, mi picardía no da para tanto.
La gran incógnita es si este señor ha llegado tan lejos a pesar de ser así, si lo ha logrado precisamente gracias a ese carácter tan extraño que los demás han tomado por rasgos de genio o si, al llegar a la cima, ha perdido las facultades que le permitieron alcanzarla y ahora esté en la cumbre cual cabra vieja a la que ya no le dan las rodillas para bajar (¿Las cabras tienen rodillas? Un asunto a investigar).
Bromas aparte, ahora mismo veo esto con mucha distancia y, al margen de algún que otro arranque (reprimido, por supuesto) de impotencia, me regocijo en el desmadre que veo a mi alrededor pero temo que llegue el día en que yo sea una de esas personas que, de tanto delegar funciones, ha dejado de funcionar.
Por otra parte, el lunes la jefa de desarrollo por fin me comentó los informes que he estado haciendo estas semanas. Se disculpó por no haberme dado respuesta antes, me dijo que le parecían muy buenos y me pidió unas notas más detalladas sobre el primer guión que analicé. No hizo ninguna crítica, cuando le pedí que profundizara, me dijo “No tengo comentarios, es obvio que sabes lo que estás haciendo, sigue así”. ¡Bien!
Además, el jueves estábamos liadas con una gestión cuando me dijo que era muy buena (“You are so good”, no sé bien cómo traducirlo) y que menos mal que estaba ahí, que estaría de los nervios si no fuera por mí. No es humildad si os digo que no supe qué contestar porque en verdad me sentía como un elefante en una cacharrería. Antes de que me fuera esa tarde para casa me repitió que les había sido de gran ayuda y no lo dijo como lo había hecho otras veces, en plan cortés (“Bye, Julia, thank you for your help today. See you tomorrow.”), sino como si realmente lo agradeciera. También fue muy reconfortante una conversación que tuve con Jason, el assistant de la oficina de LA. Pasó lo siguiente: Ed me llamó diciéndome que el servidor le había rebotado un mail que había enviado a Sutano, yo le dije a Ed que llamaría a la oficina de Sutano para solucionarlo, colgué y, mientras estaba hablando con Sutano y tomando nota de una dirección de mail alternativa, me llegó un mail de Jason en el que me pedía que hiciera lo que justamente estaba haciendo. Colgué, reenvié a Sutano el mail a la dirección alternativa, le llamé para asegurarme de que le había llegado y entonces Sutano me dijo que Ed acababa de llamarle para contarle por teléfono lo que le había escrito en el mail. Como es lógico, me mosqueé y le dije a Jason: “Pero bueno. ¿Para qué me pide que lo haga yo si luego va y lo hace él?” Y Jason me contesta “Bienvenida al mundo de trabajar para Ed. Éste es su modus operandi habitual”. La verdad, me sigue pareciendo que es un desatino (qué pérdida de tiempo, esfuerzo y talento) pero me alivió saber que no lo hacía sólo conmigo porque no se fiara de mí, sino que es su modo de proceder habitual. Suspiro. Cuánta paciencia gastamos en gente que ni nos va ni nos viene.
Mi madre (la de Julia), que no sabe comentar por aquí, me ha escrito un mail en referencia al post que creo merece la pena colgar como comentario:
ResponderEliminarEd es el que no va por la oficina? Dile que tu madre te ha puesto un email usando Internet. De verdad que he soltado una carcajada con lo de llamarla usando el teléfono. Quizá pensó que lo ibas a hacer con un cuerno de caza o silbidos canarios. Siendo española, a lo mejor desconocías el teléfono.
Tu post es digno de aparecer en un BUEN libro de comunicación interna en la empresa, es genial.
Por lo demás, era de ver que tu jefa se daría cuenta de que eres muy buena. Señal que ella no es tonta del todo.
"Les cabres pels seus pecats
tenen els genolls pelats"
O sea, las cabras tienen rodillas.
Te daría una conferencia sobre Yom Kippur, pero lo tendría que buscar en Google. Cogen un chivo (el chivo expiatorio) y lo sueltan en el desierto. Lo que no recuerdo es qué conmemoran. (Lo voy a mirar, naturalmente).
Bueno, así que vuelva la china, y con la jefa ya sometida, estarás mejor.
Estas crónicas son alta literatura...os veo ya muy metidos en el garlic.
ResponderEliminarÁnimos y besos!
hg
Brutal!Cada crónica da para una peli...esta no sé si nos remitiría a "El diablo viste de Prada" o a la versión "bien hecha" de "Diario de una becaria"...tendremos que pensar seriamente como gestionamos todas esas pelis que estáis viviendo para sacarle buen partido:)Marta
ResponderEliminarJulia , me encantó el post..y la última reflexión 'cuanta paciencia gastamos en gente que ni nos va ni nos viene' además de verdad...muchos besos, ánimo y enhorabuena.
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