Aparte de la integración de Pablo en clase, nos han pasado más cosas. Por ejemplo, hemos descubierto que estamos malditos en lo que a “Le nozze di Figaro” se refiere: compramos las entradas hace unos días y resulta que nos ha coincidido con una sesión de casting que tiene Pablo en la NYFA y la primera clase de Julia en NYU. Las colgamos en Craigslist y generaron bastante interés, pero al final las vendimos a una abogada de Cuatrecasas cuyo interés captamos a través de Nina. Genial jugada, porque así ellos han conseguido entradas a precio razonable cuando ya estaba muy lleno todo, y nosotros no hemos perdido 135 dólares.
También celebramos nuestra primera fiesta en el loft. Hay fotos en Facebook, así que podéis mirarlas… y comentar, que a algunos (ya sabéis a quiénes nos referimos) os vemos mucho de exigir nuevas entregas y poco de comentarlas!
El sábado fuimos a cenar al River Café. Para quienes no lo sepáis, es un restaurante que está en Brooklyn y desde el que se disfruta de una maravillosa vista de Manhattan, así como de pianista en directo y buena comida (no tan buen vino). Julia se calzó un steak tartar de wagyu (esa ternera tan rica que comimos en la boda) y solomillo de segundo. A lo que dice Pablo: “¿Pero tú no decías que no eras muy carnívora?”. Y Julia: “Hombre, no soy muy carnívora si se trata de comer butifarra o hamburguesa de calidad regulera pero, para el steak tartare y el solomillo de primera, soy carnívora como la que más”. Cuando hay que serlo, se es. Pablo, por su parte, se decidió por un primero de atún con foie y una langosta de segundo. En la mesa de al lado había un hombre cenando solo: piel morena, servilleta anudada al cuello, Rolex de oro y deslumbrantes anillos en los dedos pringosos. Talmente como si Joe Pesci (que es ese actor bajo y feo que suele hacer de personaje secundario y muy violento en las pelis de mafiosos) hubiera decidido gastarse en langosta la cuota del último comerciante indefenso. Intentó sacar conversación pero, echando mano de los (benditos) prejuicios, nos abstuvimos de darle bola y dejó de intentarlo tras la segunda ocasión frustrada.
El domingo, después del brunch de rigor, fuimos a localizar para el corto que Pablo tiene que rodar este finde, esto es, estuvimos explorando parques, pensando en los encuadres, en la coreografía de los actores, en la luz, en los posibles problemas de producción, etc.
Julia tuvo el martes (día 22) su primera clase en NYU. La verdad: eso es una universidad y lo demás son chiringuitos. Bajarse en la parada de metro de Washington Square, que es esa plaza con un arco de triunfo que habéis visto mil veces en fotos, es sumergirse en otro mundo. Si, como le pasó a Julia, vienes directamente de Wall Street (Pressman está a dos calles de la zona cero), entonces la transición es tan abrupta como pueda imaginarse. Todo allí es diferente: sudaderas, camisetas y tejanos en vez de trajes (“suits” llaman aquí a los ejecutivos); ipods en vez de móviles; mochilas en vez de carteras; charlas pausadas frente a las tiendas de libros en vez de gritos atropellados al pie de cada semáforo. Alrededor de la plaza se encuentran los distintos edificios del campus, una ciudad en sí misma. Muchas de las calles de la zona son peatonales, pero no parece que se trate de una decisión municipal; se diría que los coches han desisten de ir porque los estudiantes, lejos de conformarse con las aceras, han tomado también las calzadas. Así que, en medio de una ciudad conquistada por los taxis amarillos y los camiones de bomberos, de pronto se sustituyen los bocinazos y las sirenas por el parloteo de cientos de estudiantes. La gente con la que te cruzas en Washington Square está pensando en sus sueños y en sus proyectos. Independientemente de la edad que tengan (no todo son veinteañeros, ni mucho menos), al entrar en ese mundo dejan atrás el presente porque, en esos momentos y en ese lugar, lo único que importa es su futuro. Y de verdad que se nota en el ambiente.
Nada más desembarcar, Julia se dio cuenta de que sabía a qué aula tenía que ir… pero no tenía ni idea de cuál de todos aquellos edificios la albergaría. Tras un par de preguntas y algo de intuición, dio con el Silver Building y allí por fin encontró la clase. Catorce estudiantes de todos los colores y edades variopintas. La sesión estuvo bastante bien. La profesora es jefa de desarrollo de una buena productora independiente que está empezando a entrar en el cine de estudios. Estuvimos tres horas desgranando la definición básica de las historias que funcionan en cine: “un personaje que nos cae bien lucha por conseguir algo que desea con intensidad y que es difícil –pero posible- obtener”. Entre medias, extractos de “E.T.”, “Extraños en un tren” y otras cuyos títulos no os dirán nada a la mayoría. La asignatura tiene un blog, práctico invento. También hay un libro de referencia que Julia fue a buscar a la librería de NYU al día siguiente. Toda una experiencia. Cruza el umbral de entrada y ve una tienda de ropa: sudaderas de NYU negras, blancas, rojas, moradas; pantalones, camisetas… Más allá, tazas de desayuno, llaveros, mochilas… Todo con el logo de la universidad. “Ah, pues no, no es la librería. Esto es la tienda de merchandising”. Y mientras está dándose la vuelta para salir por donde ha entrado, en ese giro le parece ver algo a lo lejos: ¿Es…? Sí, es una estantería. Se acerca. Hay libros. Infinitos. Lo de las sudaderas era sólo una distracción para neófitos. Para allá que va Julia. Los libros están ordenados por asignatura y encuentra el suyo en seguida. También ve en la estantería contigua los libros de esas asignaturas en las que no ha podido matricularse porque se solapaban con la suya así que, ni corta ni perezosa, empieza a hojear los textos que éstas sugieren y termina haciéndose con uno: “Balancing Art and Business in the Movie Industry”. En los estantes inferiores hay libros más baratos, ejemplares usados por estudiantes en años anteriores que los han devuelto caritativamente (o con hartazgo) y de los que podemos beneficiarnos los demás. Julia pasa varias horas olisqueando cual ratoncillo de biblioteca entre los cursos de literatura y se siente francamente tentada de llevar “The Waves”, de Virginia Woolf, pero se contiene, pensando que la librería no se va a ir a ningún sitio, por lo que de momento no hace falta asolarla. De momento.
Júlia: jo vull que ens facis un resum del llibre de art i money. Básicor.
ResponderEliminarPablo:supongo que colgaréis el corto para los fans.
Keep writting.
I no us n'oblideu: "Del porc, llonganisses".